En las vacaciones, soy de las que descansa cansándose. De viaje, prefiero salir a explorar, hablar con la gente, caminar, nadar, mirar mapas, trepar, ir y venir. Vacaciones inquietas. Vacaciones de lectura difícil.
Aún siendo lectora dedicada. Cada noche, me cuesta dormirme si antes no leo aunque sea un párrafo de un libro. Pero en las vacaciones no. Igual, en un gesto rebelde, siempre llevo libros –a veces incluso más de uno–, pero lo cierto es que vuelvo con el señalador en la primera página.
Todavía no salí de vacaciones. Seguramente por eso estoy leyendo. Hace unos días empecé “El viaje del elefante” y me entretienen las aventuras de los cuidadores de Salomón o Solimán y el humor de Saramago y el viaje épico y la prosa inspirada en el habla coloquial del siglo XVI. Pero sé que si me llevo «El viaje del elefante» lo abandonaría antes de que el paquidermo llegue a Valladolid.
Con Sándor Marai eso no me pasaría. Aunque esté de moda y algunos se nieguen a leerlo sólo por eso, desde que terminé “El último encuentro”, unos meses atrás, me hice fanática del escritor húngaro. Sus historias trascienden la geografía y la Europa de entre guerras. Marai posa su ojo profundo en los misterios de las relaciones personales, que resultan tan cercanas a pesar de la diferencia de época y lugar.
«El último encuentro» trata sobre dos amigos inseparables que se vuelven a ver después de cuarenta años. Los silencios perturbadores, el pensamiento agudo, los bosques oscuros y el misterio que ronda las páginas logran que desde el comienzo hasta el final, no se pueda dejar de leer, aún en vacaciones.
Yo leí divorcio en Buda, ¡no te lo pierdas!