El viaje de prensa rueda como una avalancha. No se fija en el clima ni en las ganas. Rueda y propone actividades que empiezan y terminan y empiezan y terminan. Hasta que se hace de noche y al otro día vuelven a empezar y a terminar. Hay paradas para comer. Comer es muy importante porque significa tener fuerzas para seguir, y probar la comida, que es cultura. Rueda el viaje, rueda como una pelota por la barranca. Hasta que en un momento la mano me crece y se hace inmensa, una súper mano que detiene la avalancha.
Entonces, me bajo y me siento en un banco.
¿Vamos a la isla?, ¿hacemos un paseo en bici?, ¿viste que hay spa?, ¿caminamos al centro?, ¡Allá están los caballos! El día está precioso y sólo nos quedan dos tardes, hay que aprovechar.
Nada. Sigo aquí en el banco. Es mi refugio, una isla.
No se preocupen en venir a ofrecer programas-planes-eventos. Voy a colgar el cartelito de «no molestar» acá en el banco. Me hace falta una tarde, por lo menos esta tarde entera para recobrar el deseo de pasear.