[…] Una vez juntos podíamos partir. Viajábamos de hueso en hueso, de continente en continente. A veces hablábamos. No decíamos frases, ni palabras cariñosas. Decíamos partes del cuerpo y lugares del mundo. Tibia y Tombuctú, Labios y Laponia, Oreja y Oasis. Los nombres de las partes del cuerpo se transformaban en apodos cariñosos; los de lugar, en contraseñas. No estábamos soñando. Sencillamente nos convertíamos en el Vasco da Gama de nuestros cuerpos. Prestábamos mucha atención al sueño del otro; nunca lo olvidábamos. Profundamente dormida su respiración era un oleaje. Me llevaste al fondo del mar, me dijo una mañana al despertar.
No nos hicimos amantes. Apenas éramos amigos y no teníamos mucho en común. A mí no me interesaban los caballos, y a ella no le interesaba la Prensa Libre. Cuando nos cruzábamos en la escuela no teníamos nada que decirnos. Pero no nos preocupaba. Nos dábamos un beso, en el hombro, en el cuello, nunca en la boca, y seguíamos nuestros caminos separados, como una pareja de personas mayores que trabajaran en el mismo centro. Pero en cuanto oscurecía , siempre que podíamos, quedábamos para volver a hacer lo mismo: pasar la noche en los brazos del otro y, así, partir, irnos a otro sitio. Una y otra Vez.
Berger, John «5.Islington» en Aquí nos vemos, Buenos Aires, Alfaguara, 2006, pp.114