Las tejuelas son tablitas de madera –antiguamente de alerce, por suerte ya no– que se usaban como revestimiento final de las casas. Ciertas casonas, del tiempo en que el ciprés no se protegía sino que se talaba y exportaba, son muy elegantes. Hay tejuelas onduladas, como si fueran olas, otras parecen escamas y algunas son hexagonales como un panal de abejas.
Ancud, Quemchi, Chonchi, Achao, Curaco de Vélez, Dalcahue, Cucao cada lugar tiene casas de madera con tejuelas blancas, rosadas, amarillas, y ventanas con cortinas de encaje.
Me gusta imaginar que atrás de esas ventanas y de esas tejuelas se esparcían los mitos de la isla. Como dijo un profesor de filosofía que encontré en Ancud, una respuesta falsa a problemas verdaderos.
Las tejuelas sirven de aislante para la lluvia casi diaria. Hoy, por ejemplo, amaneció nublado, de nubes gris oscuro. Todo indica que en algún momento lloverá. Por eso me sorprende el camarero en el desayuno:
– Le ha tocado un lindo día.
– Pero está nublado…
– Eso aquí es un lindo día.