«Llegó la hora de Yolanda La Amorosa. La luchadora, de menos de treinta años, camina hacia el ring con la elegancia de una actriz que llega al Festival de Cannes.
Levanta la mano para saludar a su público, que la aplaude, le grita, la alienta, le chifla, le exige. Ella camina lento, con estirpe real. Bambolea su faldón rosa, inflado como un merengue.
No parece una luchadora ruda sino más bien una princesa inca. Tiene los ojos achinados, la nariz fina –a pesar del puñetazo que más tarde supe que le pegó su padre–, los labios grandes y el pelo azabache. Lleva una mantilla tejida a crochet y aretes que parecen de oro, y que se quitará antes de luchar. Yolanda La Amorosa sube al ring y le muestra a sus seguidores lo que ellos quieren ver: puños cerrados y cara de mala. […]
Escribí esta nota para el suplemento Tendencias del diario La Tercera, de Chile. Se puede leer completa acá.
Sorprenderme con mundos impensados…me encantó.