Dice Rubén Rada sobre el candombe en una vieja entrevista: “Yo lo tengo adentro desde que nací. Como tengo las motas, tengo el candombe. Nunca tendré el pelo lacio, y nunca me liberaré del sentimiento candombero, en todo lo que compongo hay una candombez, un recuerdo del candombe”.
Después de unos días en Montevideo da la sensación de que esa candombez de la que habla El Negro Rada late en la ciudad. Seguramente, entremezclada con la nostalgia del tango, redefinida por el tiempo.
A fines del siglo XVIII, el 35 % de la población de Montevideo era de descendencia africana. Con ellos nació el candombe, en un instinto de supervivencia, de guardar sus raíces. Como había negros de distintas regiones de África, se reunían según su origen en Salas de Nación y practicaban este ritmo afrouruguayo que combina el sonido de tres tambores: chico, repique y piano, que juntos forman una cuerda. Los tambores van colgados al hombro y se tocan con una mano abierta y un palillo.
El candombe se prohibió tiempos de la colonia y, durante la dictadura militar, demolieron el Conventillo Mediomundo, en Cuareim 1080, un templo de candombe y resistencia.
En la actualidad, entre el 6 y el 9 % de la población uruguaya es afrodescendiente. Muchos viven en el barrio Sur, donde los fines de semana hay cuerdas de tambores que recorren la calle Isla de Flores, Cuareim y algunas más. Eso mientras tanto, hasta que llegue el Desfile de Llamadas y la ciudad se pronuncie con tambores. Y si toca Hugo Fattourso, hay que ir a verlo porque es un virtuoso. Y si suena La Melaza, hay que saber es un grupo de tambores formado sólo por mujeres.
¿Y después de la muerte qué hay? le preguntaron en otra entrevista a Rada. “Candombe”, dice él.