Como periodista de viajes me acostumbré a entrar y salir de los territorios.
Ese ejercicio requiere 1) llegar hasta ahí, es decir, estar en tránsito; 2)
permanecer algunos días en contacto con gente que ama el lugar y sabe
mucho de él. La permanencia es tan breve como intensa: madrugones,
recorridos, relevamiento, desayunos caseros, tal vez una charla junto al
fuego o un baño de río; 3) volver con paisajes y aventuras, personajes, el
reflejo de haber estado ahí.
Cuando pienso en los viajes de Lugares siempre hay alguien que me cuenta
su historia: por qué se fue, cómo llegó, cuándo empezó, el día que vio un
yaguareté, cuando recibió al primer turista, cuál es el mejor momento para
ver el bailarín azul. Alguien cuenta su historia amparado por el paisaje que
habita. Me acuerdo de una mujer en Catamarca que no quería decir viento
“porque si no él viene”. No lo nombre, me dijo una tarde que casi salimos
volando, dígale Anselmo. Hace poco, en Misiones, un guardaparques me
pidió que les recomendara a mis lectores que vinieran calzados porque “acá
las serpientes están activas”.
Dormí en una cabaña en la copa de los árboles cerca del Parque Provincial
Salto Encantado; visité un castillo galés en la noche para escuchar historias
de fantasmas y muertos; sobrevolé el campo de hielo continental en un
Cessna de seis plazas y anduve en kayak frente al glaciar Perito Moreno
con un traje de astronauta que me mantendría unos minutos a salvo si caía
en el agua helada. Vi un baño con canillas de oro en una suite del hotel
Burj Al Arab, bajé la Ruta de la Muerte en bicicleta desde la Puna hasta las
yungas, crucé Rusia en el Transiberiano y caminé setenta kilómetros por la
Patagonia chilena. Este trabajo tiene algo de scout: hay que estar siempre
listo ante imprevistos, problemas, placeres. A la vuelta rescato las
aventuras y las hago frases, palabras, párrafos, una historia.
Me acostumbré a entrar y salir de los territorios: ricos y pobres, altos y
bajos, pelados, exuberantes, desérticos, específicos, terroir universal. Estoy
de paso y de cada lugar traigo algo que nunca se vería en el scanner de la
aduana porque es intangible, íntimo. Patrimonio espiritual.