El texto que sigue fue escrito por Nélida Barbeito, licenciada en Turismo y viajera. Nélida tiene una discapacidad motriz, usa bastón para caminar y silla de ruedas o scooter para recorrer grandes extensiones. Está dedicada a la difusión del turismo accesible. Hace poco viajó a Disney y un día, en medio de una tormenta, conoció a Liz y a Travis, dos militares estadounidenses que le contaron su historia.
Las posibilidades de conocer a Liz y a Travis en ese hotel tan grande eran mínimas. Pero sucedió lo improbable y nos encontramos. Ya no podré olvidar esa lluvia, esa charla, esa historia.
Era uno de nuestros últimos días el Saratoga Springs, un el hotel construido alrededor de una cancha de golf en Disney. Era tan grande que adentro había cinco paradas de colectivo. Una, Paddock, me había llamado la atención porque tenía piscina con un tobogán y un restaurante informal, el grill, que también llevaba el nombre de la parada.
Llegamos y se desató un tormenta. Casi todos huyeron de la piscina, el jacuzzi y el restaurante. Qudamos mi madre y yo, y una joven pareja que se resguardaba bajo un techo pequeño. Charlaban en voz alta y en un tono quejoso que me impedía escuchar el sonido del agua y los pájaros. Con mis prejuicios en acción pensé que se trataba de un chico rico despotricando sobre su vida luego de una sufrida carrera en Harvard.
En un momento, ellos se acercaron con admiración para felicitarme por mi coraje de andar montada en un scooter a pesar de mi discapacidad. Entonces, Travis me contó que había estado dos años sin caminar, y casi por gentileza le pregunté si había tenido un accidente de moto. Una palabra condujo a la otra y terminamos en una profunda charla sobre valores, desafíos físicos, pasiones, trabajo y decepción. La vida.
Eran los dos militares, de 29 y 43 años, jubilados desde hacía menos de dos meses. Habían ido a Disney para relajarse un poco y delinear los próximos pasos en su vida. Su país y la fuerza armada los dejaron solos, fuera del sistema, fuera de la fuerza con un retiro forzoso por no servir físicamente. Todo esto luego de haber defendido con cuerpo y alma a su nación en países lejanos como Irán o Turquía.
A Travis le explotó una bomba muy cerca y le afectó la mitad derecha de su cuerpo. Pasó de estar postrado a una silla de ruedas a caminar con muletas y cuando parecía que ya las dejaría le hicieron un ofrecimiento.
Su pie derecho aún no respondía para caminar, no servía. Le propusieron amputárselo, ponerle una prótesis y reincorporarse. Como su respuesta fue negativa vino la elección. La operación y el pie biónico o la baja y jubilación. Travis confiando en su capacidad de recuperación eligió la segunda opción. La voluntad, la plasticidad neuronal o todo combinado hizo el resto. Camina sin dificultad y sin ayudas técnicas como bastón o andador. Tiene una discapacidad, pero no es visible, tiene poca autonomía de caminata y fuertes dolores en su pie a veces, pero lo mira con orgullo y dice: Es el mío. Yo pude.
Como si entre la lluvia y la historia de Travis no hubiera tenido suficiente miré a Liz y le pregunté si ella también tenía algo. Liz, que mientras hablábamos con Travis había llorado casi tanto como el cielo dijo:
-Yo tengo 43, somos novios, nos conocimos mientras estábamos en servicio, a mí me operaron mi pie y luego se señaló la cabeza.
-¿Secuela de esquirlas?, pregunté como sacando la idea de una de los cientos de películas que ví.
-No, secuelas psicológicas.
A esa altura, quería huir un poco del tema y les pregunté dónde vivían. Se miraron, y contestaron a coro:
-No tenemos casa ni dónde ir a vivir.
Como a todo norteamericano, Hollywood los convenció de que cuando no queda más opción, Latinoamérica es la respuesta, así que estaban dando vuelta el mapa para ver a qué país irían.
Traté desde mi óptica de sudamericana que vivió en América del Norte de hacerles entender que tal vez había sido el sistema militar que los había desilusionado, pero no su país. Traté de decirles que en otro país serían extranjeros siempre. Se miraron, y otra vez dijeron, armando la frase entre los dos.
-Hemos sido extranjeros muchos años defendiendo la patria, ahora seremos extranjeros viviendo una nueva vida y cuidándonos como pareja. Vamos a estar bien.
Antes de despedirnos, nos sacamos fotos, intercambiamos correos y nos dimos un abrazo. Estábamos en el mismo hotel pero nos separaban dos paradas de bus y tres kilómetros. La lluvia nos unió y voy a guardar esa charla como algo preciado.