La leyenda del pianista en el océano

«Tocábamos tres, cuatro veces al día. Primero para los ricos de la clase de lujo, y luego para los de segunda, y de vez en cuando íbamos donde estaban aquellos porbres emigrantes y tocábamos para ellos, pero sin uniforme, tal como íbamos, y de vez en cuando tocaban ellos también con nosotros.

Tocábamos porque el océano es grande y da miedo, tocábamos para que la gente no notara el paso del tiempo, y se olvidara de dónde estaba, y de quién era. Tocábamos para hacer que bailaran, quer si bailas no puedes morir, y te sientes Dios. Y tocábamos ragtime, porque es la música con la que Dios baila cuando nadie lo ve.

Con la que Dios bailaría si fuera negro».

Novecento. La leyenda del pianista en el océano. Alessandro Baricco.

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La bandeja paisa

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Creo que esta bandeja paisa fue el mayor inconveniente que tuve por viajar sola.

Como sabía que era un plato grande tomé la precaución de pedir media. Pero, como se puede ver, media también es mucho. Media parece más de una.

La bandeja paisa es el plato típico del interior de Antioquia, que nació para los arrieros y hombres que trabajaban en el campo y volvían con hambre voraz, después de trabajar todo el día. El plato se extendió por la provincia y llegó a la ciudad donde, aunque los que la comen trabajan en una oficina frente a una computadora, se sirven igual de inmensa que para los que estuvieron seis horas sembrando café en los cerros.

Los ingredientes que debería llevar una bandeja paisa son: frijoles (están en el cuenco de la izquierda), carne de res molida, chorizo con limón, chicharrón, morcilla, patacón, plátano frito, palta, huevo frito y arroz. Y se come con arepitas, claro.

Parece un problema sencillo, pero no crean que fue fácil acabar con ella. Y lamenté que Hato Viejo, un buen restaurante en el centro de Medellín, no tuviera un cuarto para dormir la siesta después de la faena.

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Los hipopótamos de Pablo Escobar

Adentro de de esa jaula que el helicóptero de la fuerza aérea colombiana depositó en la tierra hay un hipopótamo dormido que se llama Napolitano. Aclaro el nombre porque tiene que ver con la historia. Y la historia tiene que ver con Pablo Escobar, el capo narco muerto en el 93 en Medellín.

Se sabe: don Pablo tenía gustos excéntricos. Como a otros narcos y millonarios coleccionaba animales exóticos en la Hacienda Nápoles, (por si alguien no lo pescó, de ahí el nombre del hipopótamo) su finca a 165 kilómetros de Medellín, del interior de Antioquia, un lugar de clima caliente y vegetación tropical.

A pesar de ser asesino, el tipo tenía una veta generosa y, además de repartir montañas de dinero entre los pobres, dejaba que los colombianos recorrieran gratis su Zoo privado que llegó a tener 1500 animales.

Dicen que una vez la policía obligó a un avión de Escobar a aterrizar pensando que estaba lleno de droga. Cuando se abrieron las puertas, la nave estaba llena… de animales. La ley los mandó a un zoológico, pero don Pablo sobornó al cuidador pagándole el sueldo de ¡cinco años! y así recuperó los animales.

Cuando la policía mató al capo, mucha gente saqueó la finca en busca de dinero y armas escondidas. Destruyeron la mansión que en algún momento fue lujosa y tuvo 20 habitaciones. No encontraron nada y la Hacienda Nápoles entró en un largo período de abandono. Los animales fueron a parar a diferentes zoológicos, pero de los hipopotámos nadie se acordó.

Olvidados en lagos interiores, se reprodujeron. Ya no hay una pareja como en los primeros años, hoy son alrededor de treinta. Muchos se escaparon de la finca y comenzaron a cruzar los campos antioqueños: arrasaron cultivos y amedrentaron a pescadores y campesinos. El enorme mamífero africano, pariente lejano de las ballenas, es uno de los animales más pesados y agresivos del mundo. Puede ser muy peligroso si está suelto.

Hace dos años, Pepe, mascota de Escobar, y su pareja Matilda huyeron del parque. Al parecer se fueron con la cola entre las patas porque Pepe resultó el macho derrotado en una lucha territorial. En la huída nació Hip. Los tres hipopótamos vivieron en la clandestinidad hasta que el ejército los atrapó y mató a Pepe de cuatro balazos. El hecho de violencia contra el animal provocó la furia de los ecologistas, animó la formación de un grupo de defensa de los hipopótamos colombianos con página en Facebook y desató una polémica en el país.

¿Qué se debería hacer con los hipopótamos de Pablo? Hasta se pensó en devolverlos a África. Entonces, vinieron expertos a recorrer el lugar y llegaron a la conclusión de que el hábitat es perfecto, incluso tienen más agua en Antioquia que en muchos países africanos.

La polémica fue larga, pero la decisión se hizo efectiva hoy. La trajo el helicóptero. Después de buscarlo durante 15 días los veterinarios del parque lo encontraron y durmieron con un dardo tranquilizante. Mañana por la mañana, Napolitano estará otra vez chapoteando en el lago, castrado eso sí.

La historia es fantástica, y ya tiene su documental, Pablos Hippos, estrenado este año en el Festival de Cartagena. Y la antigua finca abandonada se ha convertido en un parque temático inspirado en los de Miami. Hay dinosaurios de latón, cebras, flamencos, juegos de agua. Y muchos hipopótamos que más temprano que tarde serán castrados. No quise preguntarlo, pero al final lo hice, y sí, los veterinarios y el equipo que trabajó en la captura del hipopótamo probó las criadillas asadas. (Más sobre esta historia, en la revista Lugares de este mes).

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Bregovic, Sábato y la música de los balcanes

En homenaje al maestro, una crónica del emocionante encuentro entre Goran Bregovic y Ernesto Sábato ocurrido hace algunos años en el Teatro Gran Rex, y escrito por la periodista mexicana y amiga de la casa, Cecilia González.

«En noviembre de 2004, Goran Bregovic vino a presentar su versión de la ópera Carmen al Gran Rex. Yo fui a verlo con un amigo que quería mucho y con el que compartía el disfrute de las películas de Kusturica, así que ahí estábamos, con toda la ilusión de escuchar en vivo esos acordes tan contradictoriamente alegres y melancólicos que tiene la música de los Balcanes.

En algún momento del concierto, Bregovic hizo una pausa y preguntó si entre el público había alguien que pudiera ser por un rato su traductor del inglés al español porque quería decir algo, y quería que todo mundo lo entendiera. Subió una muchacha, entre tímida y animada. El músico, en medio del respetuoso silencioso del público, empezó a contar que siempre tuvo una conexión especial con Argentina porque cuando hizo el servicio militar en la ex Yugoslavia, en las durísimas condiciones que imponía el régimen comunista, pudo calmar su espíritu leyendo Sobre héroes y tumbas, uno de los pocos libros de literatura que pudo encontrar en la biblioteca del centro especial donde miles de jovencitos se preparaban para futuras guerras. Se lo robó. Fue su único recuerdo de esa época y se convirtió en uno de sus libros favoritos entre los miles que, años después, formaban la biblioteca que pudo armar en su casa de Sarajevo.

Cuando estalló la guerra, a fines de los 90, su casa desapareció bajo los bombardeos, perdió todos sus libros y entró en un fuerte estado de depresión.

La historia era larga. Bregovic abundaba en detalles, pero los que habíamos colmado el Gran Rex escuchábamos atentos y expectantes. El músico bosnio siguió recordando que continuaba muy triste por la guerra, su biblioteca y la vida cuando, en 2001, vino por primera vez a tocar en Buenos Aires. En una de sus idas y venidas del hotel, la recepcionista le dio un sobre cerrado que le habían dejado y que abrió ahí mismo. Era una edición especial de Sobre héroes y tumbas enviada, con dedicatoria personal, por el propio Sábato. Sin conocerlo personalmente ni saber mucho más de su vida, el escritor le agradecía su música porque lo había sacado varias veces de las depresiones que solían aquejarlo, en particular por la muerte de uno de sus hijos.

Mi amigo y yo, y todos, calculo, estábamos muy emocionados. Se había formado un clima muy especial en el teatro. Bregovic decía que esa coincidencia, que sabemos que nunca es tal, le ayudó a superar su propia tristeza. Lo entendió como una señal y dejó de sufrir por su biblioteca; total, siempre podría reconstruirla, pero era más importante reconstruir su propia vida. Todo, gracias al libro de Sábato, al encuentro no programado por ellos. Por primera vez durante su relato, comenzaron a escucharse voces para interrumpirlo. En principio no entendíamos, pero de a poco los gritos comenzaron a hacerse más nítidos.

“He is here”, “he is here”, decían las voces en la oscuridad. Una sombra ahí por la fila 20 comenzó a levantarse, lenta, temblorosa. Era Sábato. Las luces se encendieron de a poco y, cuando finalmente se dio cuenta de lo que pasaba, Bregovic se puso las manos en el corazón e hizo una reverencia. No sabía que, con sus 93 años encima, el escritor había ido a verlo y se mantenía en pie apoyado en Elvira, su novia o secretaria, o las dos cosas. El público los aplaudió durante un largo rato, mientras músico y autor, admiradores mutuos, se encontraban, personalmente, por primera vez, después de haberse acompañado y consolado con sus respectivas obras, en tiempos y espacios lejanos, diferentes.

Fue un momento mágico, muy conmovedor. Para mí fue inevitable pensar, con gratitud, en todas las veces que algún libro, una película o una canción me han acompañado y consolado. Era más que suficiente. Había ido a un concierto y volvía con todo esto. Pero la historia tuvo todavía un apéndice.

Dos semanas después de ver la ópera, fui a cubrir el Congreso Internacional de la Lengua Española en Rosario, ése en el que Fontanarrosa hizo su famosa, graciosa y ya legendaria defensa de las malas palabras. La segunda noche, estaba cenando sola en mi hotel cuando me dí cuenta de que, unas mesas más allá, estaban Sábato y Elvira. Como no quería molestar, arranqué una hoja de mi agenda de Mafalda y le escribí unas palabras, algo así como “Gracias, don Ernesto, por su encuentro con Bregovic”. Me acerqué a la mesa, dejé el papel y les aclaré que no quería interrumpir, que sólo iba a dejarles ese mensaje. “¿Quién sos?”, me preguntó Sábato. “Soy periodista, pero no quiero molestarlo, sólo quería decirle que fui al concierto de Bregovic y que fue muy lindo que usted estuviera y todo lo que pasó”, le dije de corrido.

Elvira, muy amable, me invitó a sentarme con ellos, pero me dio vergüenza y me quedé de pie.

“Me gusta mucho la música balcánica, me pone alegre”, me dijo Sábato con una voz bajita, y luego me preguntó con quién había ido al concierto. “Con un amigo”, sonreí; pícaro, también sonriendo y tomándome la mano, Sábato me preguntó: “¿te gusta?, ¿va a ser tu novio?”. Los tres nos reímos. Al despedirme, Elvira me dio su teléfono para que la llamara por si algún día quería ir a Santos Lugares.

En los años siguientes llamé algunas veces pero nunca pudimos quedar para vernos. A mi amigo lo perdí, por una de esas cosas raras y tristes que pasan en la vida; y no cumplí mi promesa de leer Sobre héroes y tumbas hasta que el año pasado mi amiga Margarita me mandó una crónica sobre Sábato y me acordé de que tenía una cita pendiente con la historia de Alejandra y Martín. La leí, y entonces pude saber, sentir, por qué le había gustado tanto a Bregovic

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Tributo al mono

Así lo vi cuando sobrevolé las Líneas de Nazca, algunos meses atrás. Nítido, gracioso, con nueve dedos y la cola espiralada, la misma que inspiró a los creativos de Futurebrand para el reciente diseño de la marca país de Perú. Así lo vi, en medio del desierto, lejos de los árboles y cerca de un colibrí gigante.

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Fado, libertad y claveles

Anoche, en el Teatro Regio de Buenos Aires se celebró el 37° aniversario de la Revolución de los Claveles (Revolução dos Cravos), que terminó con más de 40 años de dictadura de António de Oliveira Salazar.

Aquel 25 de abril de 1974, por la mañana, la radio Renascensa transmitió la canción Grândola, Vila Morena, de Zeca Alfonso, que estaba prohibida por el régimen. Esa fue la señal para que un grupo de oficiales de las fuerzas armadas llevara adelante la Revoulución. Una movilización popular y pacífica esperó frente al Cuartel do Carmo hasta que el el régimen se retiró.

No había Twitter como en las revoluciones populares del mundo árabe, pero había claveles, la flor de la estación. Claveles rojos. Había claveles en los cañones, en los fusiles de los soldados y en las manos de la gente. Por eso, esa flor es un símblo de libertad para los portugueses.

El teatro estaba lleno. De la celebración participaron miembros de la colectividad portuguesa, diplomáticos y gente con ánimo de  escuchar  fado, ese lamento popular portugués que en espíritu y nostalgia tanto recuerda al tango. La maestra de ceremonias fue Karina Beorlegui junto a Los Primos Gabino, creadores del Fado Tango Club.

Anoche, en el Regio hubo claveles, muchos aplausos y varios músicos invitados. De todos, el que más me gustó e iré a ver cuando toque es el grupo Fadeiros, liderado por Ana Kusmuk, que el año pasado lanzó su segundo disco. Un lujo.

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Gonzalo Rojas (1917-2011)

Los Cómplices

Te decía en la carta
que juntar cuatro versos
no era tener el pasaporte a la felicidad
timbrado en el bolsillo,
y otras cosas más o menos serias
como dándote a entender
que desde antiguamente soy tu cómplice
cuando bajas a los arsenales de la noche
y pones toda tu alma
y la respiración
perfectamente controlada,
por mantener en pie tus rebeliones
tus milicias secretas
a costa de ese tiempo perdido
en comerte las uñas, en mantener a raya
tus palpitaciones,
en golpearte el pecho por los malos sueños,
y no sé cuántas cosas más
que, francamente, te gastan la salud
cuando en el fondo
sabes que estoy contigo
aunque no te vea
ni tome desayuno en tu mesa
ni mi cabeza amanezca en tu pecho
como un niño con frío,
y eso no necesita escribirse.

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El Metrocable de Medellín

El Metrocable es un moderno medio de transporte de Medellín, pero sobre todo es un símbolo de la nueva época de la segunda ciudad más importante de Colombia.

Un tiempo en el que es conocida por la Semana de la Moda, el Festival de Tango, las flores, las novedades arquitectónicas, el café, Botero o el Metrocable. Un tiempo en el que los violentos ochenta y noventa, cuando  era peligroso tan sólo asomarse a la calle, son un mal recuerdo.

El Metrocable es parte de la red de metro y sobrevuela los cerros. Como los medios de elevación que se usan en los centros de esquí. Sólo que sobre estos cerros no hay nieve, sino casas precarias de ladrillo y gente. Además, el Metrocable funciona todos los días, iba a decir no sólo en invierno, pero Medellín no tiene invierno y verano. Como dicen por aquí, siempre es primavera en esta ciudad.

Por ahora tiene tres líneas –J, K y L– que recorren entre tres y cinco kilómetros cada una e integran sectores alejados y pobres de la ciudad. Cerca de algunas estaciones hay bibliotecas, como la del Parque España.

Si bien el Metrocable no nació con un fin turístico, siempre hay viajeros en las góndolas. Cuando viaje conocí a los argentinos que cantaban tango y también a una lituana que ya había visitado las tres líneas y el parque. La línea L llega al Corregimiento de Santa Elena y termina en el Parque Regional Ecoturístico Arví, un área verde de 16.000 hectáreas con varios senderos para recorrer de distinta duración y dificultad. La visita se hace con guía y se pueden ver desde colibríes y escarabajos hasta orquídeas lechuzas, mariposas, gavilanes y más.

Para regresar a la ciudad, el Metrocable es la mejor opción… a menos que en la góndola viaje una señora como doña Gloria, una mujer se subió a pesar de tenerle pánico a las alturas y se pasó media hora gritando palabrotas cada vez que sentía un mínimo movimiento o miraba hacia abajo.

Si se toma con humor puede ser divertido tenerla como compañera, aunque más de uno habrá sentido deseos de bajarse. Todo un escándalo la señora, pero después de las miles de visitas de su video en Youtube, doña Gloria, la llorona del Metrocable, ya encontró trabajo en la radio.

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Tango en Medellín

Esas casualidades. En la góndola del espectacular Metrocable de Medellín caben unas ocho personas. Como son treinta minutos de viaje hasta la última estación, hay tiempo de conversar.

Esta vez no miro por la ventanilla cuando escucho el acento argentino. Me doy vuelta y les sonrío a los chicos que tengo enfrente. Hablamos poco pero me entero de que están en Medellín para cantar tango. Los contrató un fanático, que más tarde supe que se llama Luis Guillermo.

Sí, con nombre doble, como en las telenovelas. Y no sólo por esta costumbre uno siente que se mete en novelas al recorrer Colombia.

Luis Guillermo Roldán es empresario, pero eso lo cuenta como un detalle. Lo suyo es la poesía del tango. Durante 20 años fue presidente de la Asociación Gardeliana de Colombia. Por eso, cuando murió el Gordo Aníbal y supo que el Patio del Tango cerraba, fue y lo alquiló. Y contrató músicos argentinos para animarlo. Suele venir al festival de tango en Buenos Aires y dice que cuando extraña el acento argentino llama a cualquier número equivocado para escucharlo.

Ese día en la góndola del Metrocable, los chicos me contaron dónde cantaban y antes de irme de Medellín pasé por ahí. El Patio queda en el barrio Antioquia (calle 23 N°58-38), un lugar bravo, nada de salir a vitrinear por ahí. Hay que llegar y salir en taxi. Se come muy bien, hay buena carne, vino y ron, y un buen show.

Uno de los argentinos, Hernán Genovese, ha tocado en festivales de tango en Europa y ganó el certamen Hugo del Carril hace un par de años. Antes del tango era abogado y estaba casado. Otra vida en esta misma.

La muerte de Gardel en el viejo aeropuerto del Medellín fundó un mito que había empezado cuando detrás de cada long play grabado en Argentina se ponía la letra de un tango: «Nos criaron a mazamorra, fríjoles y tango» , me dijo un taxista viejo, que hace viajes cantados.

Hoy existen varios lugares donde tomar clases, escuchar y bailar tango. Además del Festival Internacional del Tango y la Casa Gardeliana, que guarda objetos del Zorzal Criollo y muchas fotos del accidente que no se suelen ver en Argentina.

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Saudade

«Saudade es un poco como hambre. Sólo ocurre cuando se come la presencia. Pero a veces la saudade es tan profunda que la presencia es poco: se quiere absorber a la otra persona toda. Estas ganas de uno ser el otro para una unificación completa es uno de los sentimientos más urgentes que existen en esta vida.»

Revelación de un mundo, Clarice Lispector, Adriana Hidalgo editora.

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