Campo Grande, Brasil. Muy desordenada esta cama y por nada que haya valido la pena. Solo mosquitos y calor. No era el hotel que estaba planeado en ese viaje de trabajo a Bonito, la meca del ecoturismo en Mato Grosso do Sul. Pero los planes son eso, planes sujetos a tantos factores poco previsibles. En este caso, el mal tiempo retrasó el vuelo seis horas. Entonces tocó hacer noche en un hostel de esta ciudad de paso. Apenas unas horas de sueño y después de un desayuno con frutas, proa a Bonito.
Santiago, Chile. Pasé una noche corta en el W, el hotel de moda de la capital chilena. Colchón y sábanas blancas, mimosas, inolvidables. Últimamente, lo que más disfruto de los hoteles wow son las sábanas. Desde la enorme foto de pared, la nieve de los Andes se veía tan real que soñé que me levantaba con la cara helada. En el sky lounge del piso veintipico, pisco sour y vistas de Las Condes.
Santa Cruz, Bolivia. Camino al Festival de Chiquitos, Santa Cruz es la única ciudad donde hay grandes hoteles. Los Tajibos es un cinco estrellas de otra época. Todavía no pertenece a ninguna cadena y tiene un jardín con bananos, heliconias, orquídeas. Y piscina.
Río de Janeiro. En Santa Teresa me quedé en la Casa da Renata, una vieja casona que integra la red de alojamientos del barrio bohemio de Río. La dueña es una periodista comprometida con el cambio de este lugar en los últimos años. Tiene tres cuartos y es perfecto para sentirse como en casa. El cuarto que me tocó era mínimo como un camarote de barco. Bajo esa luz leí las geniales crónicas de Joel Silveira.
Dakar, Senegal. En este cuarto dormí -afortunadamente, acompañada- la noche del día que más cerca estuve de la muerte. El avión de Ethiopian Airlines que me llevaría a Addis Abeba carreteaba por la pista minutos antes de despegar cuando frenó en seco. De repente. Se había metido un pájaro en la turbina y rompió un álabe. Si el piloto no lo advertía antes de despegar hubiera sido un desastre en el aire. Después de algunas horas de alarma nos llevaron a este hotel en Ngor, en las afueras de Dakar, donde nos quedamos varios días sin información. En un limbo, con comida y alojamiento pagos. Hasta que una mañana anunciaron en un pizarrón del lobby que había llegado el nuevo avión. Y partimos. (Y llegamos).