El mundo es grande y cabe

El mundo es grande y cabe

El mundo es grande y cabe
en esta ventana sobre el mar.
El mar es grande y cabe
en la cama y en el colchón de amar.
El amor es grande y cabe
en el breve espacio de besar.

O mundo é grande e cabe

O mundo é grande e cabe
nesta janela sobre o mar.
O mar é grande e cabe
na cama e no colchão de amar.
O amor é grande e cabe
no breve espaço de beijar.

Carlos Drummond de Andrade

 

 

Este año se cumplen 110 años de su nacimiento y en el marco de la Flip (Festa Literaria Internacional de Paraty), que comienza el próximo 4 de julio, habrá muestras y homenajes al gran poeta minero.

 

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Buenos Aires graffiti (II)

Arte urbano, cosecha 2012. De mis últimas salidas en bici y caminando por Abasto, Palermo, Villa Crespo y La Boca. Para los que no hayan visto el anterior: http://tiny.cc/4znggw

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Conquista de lo inútil

Con la descabellada furia de un perro que ha hincado los dientes en la pierna de un ciervo ya muerto y sacude y tironea al venado caído de modo que el cazador abandona la tarea de calmarlo, se prendió de mí una visión, la imagen de un gran barco de vapor sobre una montaña: el barco bajo el vapor serpenteando hacia arriba por su propia fuerza una pendiente pronunciada en la jungla, y encima una naturaleza que aniquila por igual a los quejosos y a los fuertes, la voz de Caruso que hace enmudecer todo dolor y todo grito de los animales de la selva y que extingue el canto de los pájaros. Mejor: los gritos de los pájaros, porque en este paisaje, inacabado y abandonado por Dios en un rapto de ira, los pájaros no cantan; gritan de dolor, y árboles enmarañados se pelean el uno contra el otro con sus garras como gigantes, de horizonte a horizonte, en el vapor de una creación que aquí no fue acabada. Jadeantes de niebla y agotados se yerguen en este mundo irreal en una miseria irreal, y yo, como en una stanza de un poema en una lengua extranjera que no entiendo, me encuentro allí profundamente asustado.

Prólogo escrito por Werner Herzog para el libro, Conquista de lo inútil, su diario de filmación de Fitzcarraldo.

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Nubes sobre el Caribe

Ayer a la tardé sobrevolé el Caribe. Al principio estaba despejado, después aparecieron las nubes. Ligeras, esponjosas, transparentes. Bajas, como apoyadas en el mar, en la tierra.

Nubes delicadas, pequeñas, archipiélagos de nada, islas que se deshacían ni bien se formaban.

Por momentos se veían veleros lejanos, bajo las nubes. Me acordé de una pareja de abogados de Ohio que un día colgó las leyes, compró un velero y se fue a viajar. Sólo por los trópicos, me aclararon cuando los conocí. Fue hace años pero me imagino que pueden estar ahí abajo hamacándose entre Fidji y Cuba.

Continente de nubes. Las mismas que cuando se enoloquecen y espesan engendran huracanes, el mal más temido en esta región del mundo.

El piloto lo acaba de anunciar: en media hora aterrizaremos en una isla. Debajo del colchón de nubes: el mar turquesa, la temperatura agradable, palmeras, la gente sin prisa, para muchos los símbolos de las vacaciones soñadas.

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Chiclayo, amistad y cabras

Chiclayo, en el norte de Perú, se proclama como La Ciudad de la Amistad. Doy fe del carácter fraterno de sus habitantes, pero me imagino que las cabras que viajan en ese mototaxi no estarán de acuerdo.

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En el camino

Querido Marlon:

Estoy rezando por que compres On The Road y hagas una película con el libro. No te preocupes por la estructura, sé cómo reordenar y comprimir la trama un poco para darle una estructura cinematográfica perfectamente aceptable: convertirla en un viaje largo, con todo incluido; en vez de los cortos viajes costa a costa del libro, un recorrido circular de Nueva York a Denver, de Frisco a México, de New Orleáns a Nueva York otra vez. Visualizo las hermosas tomas que podrían hacerse con la cámara en el asiento de adelante del auto, mostrando la ruta (noche y día) que se desenreda frente al parabrisas, mientras Dean y Sal parlotean. Quiero que hagas el papel de Dean porque, como sabés, no es un pistero tonto sino un irlandés muy inteligente (de hecho, jesuita). Vos serás Dean y yo seré Sal (Warner Bros. mencionó que yo podría ser Sal), y yo te mostraré cómo actúa Dean en la vida real, no podrías imaginártelo sin una imitación. De hecho, podemos ir a visitarlo a Frisco o pedirle que nos venga a ver a Los Angeles, todavía es un tipo frenético pero está más asentado con su última esposa y los chicos, rezando antes de ir a la cama…, como verás cuando leas Beat Generation.

Lo único que quiero con todo esto es juntar un dinero para mantenernos a mí y a mi madre para toda la vida, y así poder irme de viaje alrededor del mundo y escribir sobre Japón, India, Francia, etcétera… Quiero ser libre para escribir lo que se me venga a la cabeza, libre para alimentar a mis amigos cuando tengan hambre y no quiero tener que preocuparme por mi madre.

Incidentalmente mi nueva novela es Los subterráneos, sale en Nueva York en marzo y es una historia de amor entre un chico blanco y una chica de color. A algunos de los personajes que aparecen los conocés del Village (Stanley Gould, etc.). Se podría transformar con facilidad en una obra de teatro, mucho más que En el camino.

Lo que quiero es rehacer el teatro y el cine en Estados Unidos, darle un golpe de espontaneidad, remover los preconceptos de “situación” y dejar que la gente se explaye y divague, como lo hace en la vida real. Así es la obra: no tiene una trama particular, no tiene un significado en particular, sencillamente es como es la gente. Todo lo que escribo lo hago bajo el espíritu de imaginarme como un ángel que retornó a la Tierra y la mira como es, con ojos tristes. Sé que aprobás estas ideas e incidentalmente el nuevo show de Frank Sinatra está basado en la “espontaneidad”, que es la única manera de ser, sea en el show business o en la vida. Las películas francesas de los años ’30 todavía son superiores a las nuestras porque los franceses dejan que los actores sean libres y los guionistas no eran quisquillosos con una noción preconcebida de cuán inteligente es el público, hablaban de alma a alma y todo el mundo entendía todo de inmediato. Quiero hacer grandes películas francesas en Estados Unidos, finalmente, cuando sea rico. El cine y el teatro norteamericanos son dinosaurios que no mutaron con lo mejor de la literatura de Estados Unidos.

Si querés ponerte al frente de esto, podemos arreglar para encontrarnos en Nueva York cuando vayas para allá, o si vas a Florida allí estaré. Pero lo que tenemos que hacer es reunirnos para hablar sobre esto, porque anticipo que será el comienzo de algo realmente grandioso. Estoy aburrido por estos días y busco algo que hacer con este vacío –escribir novelas se volvió muy fácil, lo mismo las obras de teatro, las escribo en 24 horas–.

Vamos Marlon, ¡ponete los pantalones y escribime!

Hasta pronto

Jack Kerouac

Esta carta  de 1957 que Jack Kerouak le envió a Marlon Brando pidiéndole que comprara los derechos de En el camino fue hallada por un especialista en memorabilia en 2005 y se vendió en Christie’s hace unas semanas. Brando, finalmente, declinó la oferta. Después de muchos años de intentos fallidos (el caso más notorio fue el de Coppola), la semana pasada finalmente se estrenó en Cannes la primera versión cinematográfica (con Coppola como productor) de la novela beat fundacional, dirigida por el brasileño Walter Salles (quien ya había filmado otro viaje rutero: el del Che Guevara en Diarios de motocicleta) y con Garret Hedlund, Sam Riley, Kirsten Stewart y Viggo Mortensen. A fin de año se estrenará en Argentina.

(Este artículo se publicó el domingo 27 de mayo en Radar)

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Insólita y lejana Socotra

A veces la agenda de los próximos viajes se arma en el camino, con anécdotas de otros viajeros. Unos meses atrás, cuando recorrí el desierto florido de Chile con un grupo de botánicos estadounidenses, supe que existe Socotra.

Ese día había arrancado temprano, los naturalistas son de madrugar. Durante un rato largo avanzamos por llanuras, valles transversales y arenales que cruzan la Panamericana. En la camioneta circulaban libros con inventarios de las plantas que después veríamos en el campo.

Dylan H. iba sentado a mi lado. Trabaja en Huntington Botanical Gardens. Se ocupa de las colecciones de plantas tropicales. Charlábamos, me contaba sobre su trabajo, yo le preguntaba. Ni bien pudo coló un nombre: Socotra. Vos que viajás, no te olvides de ese nombre, me dijo. Tendrías que ir a ese lugar, insistió.

Después me contó que es un archipiélago yemení en el Océano Índico, frente al cuerno de África donde hay 700 especies únicas en la tierra. Sólo Hawaii y Galápagos la superan. No dijo mucho más porque la camioneta se detuvo y bajamos a ver flores. No estábamos en Socotra sino en el desierto más árido del mundo que una vez al año florece.

Recordé el nombre y de vuelta en casa googlee Socotra y encontré estas imágenes surrealistas que me recordaron al Mundo perdido de Connan Doyle, con árboles obesos y paisajes de ciencia ficción.

Este árbol se llama drago o sangre del dragón. Si se hace un tajo en la corteza brota savia roja. Durante el Renacimiento se utilizó como pintura; llegaba a Europa a través del comercio de la Ruta del Incienso. También hay baobabs altos y macizos con copas mínimas, árboles de incienso y mirra. La foto de los dragos se publicó en esta nota del NYT. Más fotos de Socotra, acá.

La ubicación de Socotra es estratégica. Cuando Yemen estuvo dividida, Socotra perteneció al estado marxista de Yemen del Sur y hubo una base naval rusa. Ahora leo que Estados Unidos intensifica su presencia en la región con base en la isla.  De Patrimonio de la Humanidad y sitio de unicidad botánica a futuro de miedo.

No sé si algún día iré, pero sé que me gustaría conocer Socotra. Y que si voy me acordaré de Dylan, de que comía galletitas de animalitos y de su extensa familia. De plantas.

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Vermeer en el Rijksmuseum

Vermeer

Mientras esa mujer del Rijksmuseum
con esa calma y concentración pintadas
siga vertiendo día tras día
leche de la jarra al cuenco
no merecerá el Mundo
el fin del mundo.

Wislawa Szymborska

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Excursiones que duelen


Hace un año estaba en Cracovia. Tres días me alcanzaron para caminar por el casco histórico, disfrutar de la arquitectura gótica y medieval, tomar café en el bar que frecuentaba la poeta Wislawa Szymborska, probar los pieroguis, comprar un dije de ámbar.
El tercer día pensé si visitaría Auschwitz, que está a cuarenta minutos en auto. Por esas semanas leía Maus, la escalofriante novela gráfica, ganadora de un premio Pulitzer, donde el dibujante Art Spiegelman cuenta la historia de su padre, Vladek, un sobreviviente del campo de exterminio.
Las agencias de viaje ofrecían el tour a Auschwitz. Te pasaban a buscar a la mañana por el hotel y te devolvían a la tarde; era barato. En la recepción, el folleto estaba al lado de otros que promocionaban Wieliczka, la antigua mina de sal, y un mercado de artesanías. Auschwitz era otra atracción turística, con precio, duración y tienda de souvenirs.

Me acordé de algunos ejemplos de turismo que duele. La Casa de los Esclavos en la isla de Gorée, en Senegal, donde miles de hombres y mujeres fueron pesados como ganado, castigados con látigo, vendidos, separados de sus familias y embarcados a América; los Campos de la Muerte, en Camboya, que guardan restos de muchos de los dos millones de camboyanos ejecutados por el régimen de Pol Pot a mediados de los 70; el Museo de la Memoria en la Esma en Buenos Aires y el Museo de la Memoria y los Derechos Humanos en Santiago; el de Montevideo y tantos otros, ¿conocerlos o descartarlos por el malestar que provocan?
Tuve en mi cartera el papel con la oferta del tour a Auschwitz sin decidirme. Cambiar un rato más de la romántica Cracovia por un viaje al horror. Pasar de la experiencia turística placentera a volver a hotel con los ojos hinchados. Anna Baranek, mi guía en la ciudad, me contó que uno de los turistas que llevó hace poco le dijo que hubiera sido mejor no haber ido, que ese lugar es un Disney de la muerte. Conozco judíos que no fueron ni irían porque sus abuelos murieron ahí y la pena es demasiado grande.
Decidí ir. Creo que los museos de la memoria educan, crean conciencia, llaman a la reflexión y son parte de la historia de la ciudad y del país y del mundo. Fui sola, sin tour. Me levanté temprano, atravesé el casco antiguo, salí de la muralla y caminé hasta la estación de ómnibus. O?wi?cim está a menos de una hora de Cracovia. Así se llama el pueblo que los nazis renombraron en alemán Auschwitz y donde situaron una fábrica de muerte. Subí a un bus y enseguida apareció la campiña ondulada y sembrada de trigo. Llegué a eso de las 9 de la mañana. Mientras caminaba hasta el edificio principal sentía frío aunque hacía mucho calor. En el estacionamiento conté 17 micros. El complejo Auschwitz – Birkenau recibe más de un millón de turistas por año. Éramos cinco personas que hablábamos español y fuimos sin tour. Nos asignaron una guía que estuvo con nosotros unas tres horas, eso duró el recorrido por los 28 pabellones de Auschwitz y el vecino campo de 140 hectáreas construido por los prisioneros: Birkenau.

El sitio donde exterminaron más de un millón de personas, incluidos los 65.000 judíos que vivían en Cracovia, se visita desde 1947. Los primeros guías y el primer director fueron prisioneros que se salvaron.Los prisioneros llegaban engañados, en tren. Les hacían creer que trabajarían en el campo. Llegaban, dejaban sus cosas, los desinfectaban, les tatuaban un número en el brazo y les sacaban una foto: de perfil, de frente y con gorro de preso. Hay largos pasillos de fotos. Se ve cómo era la vida en el campo, las sopas inmundas que comían, los castigos y las técnicas de exterminio. Las cámaras de gas, donde en 20 minutos morían dos mil personas. Los hornos, donde los prisioneros tenían que quemar el cuerpo de sus propios compañeros. Hay vitrinas con lentes, maletas, muñecas –en Auschwitz murieron 200.000 niños–, 40.000 pares de zapatos y dos toneladas de pelo.
Me crucé con un anciano con la mirada inundada y en la escalera del segundo pabellón lloraba una chica de veintipocos.
En Birkenau, la vieja estación de tren, las torres de vigilancia, los alambres de púa. Llegaban y eran distribuidos: los enfermos, a morir, y los fuertes, a trabajar. Allí estuvo Anja, la madre de Art Spiegelman, el autor de Maus. Y Vladek se las arreglaba para mandarle comida desde Auschwitz. En enero de 1945 los soviéticos liberaron el campo. Los nazis se habían escapado, quedaban 7000 prisioneros en su mayoría enfermos.

Uno vuelve de Auschwitz destrozado, sin ganas de comer ni ánimo. Con una tristeza profunda por lo que el hombre es capaz de hacerle al hombre. Con una pregunta que taladra los sesos: ¿cómo se pudo llegar a eso? Y con un impulso irrefrenable de libertad.
El turismo que duele recuerda el coraje y el sufrimiento de la muerte injusta y promueve la memoria colectiva y el nunca más. Sólo hubiera preferido que hiciera frío, que nevara y tener las manos y los pies helados. Como el espíritu, bajo cero.

Esta columna fue publicada en el suplemento Tendencias del diario La Tercera, de Chile.

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Más Tayrona: selva y playa

Lo que más me gusta del Parque Nacional Tayrona es la combinación de selva y mar. Las estribaciones de la Sierra de Santa Marta llegan al Caribe que en esta zona es voraz. Se habrá contagiado de la selva. Ni tibio ni tranquilo. Revuelto y fresco.

Saqué esta foto en Cabo San Juan, el paisaje más fotogénico del parque: dos bahías con palmeras que llegan a metros del mar. Apto para bañarse. Más allá, las sierras, la selva tropical, las lagartijas azul eléctrico, las cascadas escondidas.

Hace algunos años esta playa salió en un ranking del periódico inglés The Guardian, como una de las mejores del mundo, como un secreto. Desde una roca alejada me pregunté cuánto más durará Tayrona en estado salvaje. Hasta ahora no hay resorts, aunque existen los Ecohabs, un sector de cabañas exclusivas donde los rumores aseguran que una vez durmió Shakira.

No es fácil irse de Tayrona. Recuerdo a Tanja, una suiza que viajaba varios meses por América latina. Una tarde de lluvia me contó que no se podía ir del Cabo. “Mañana, me iré mañana”, dijo y me miró, aunque en realidad se hablaba a ella misma.

Al día siguiente no se fue porque la vi comiendo un pan de chocolate al atardecer. No supe si llegó a irse. A veces me imagino que todavía está allá, que se enamoró de Leyton, el guía de paseos de snorkel, que ella le enseña alemán y él, una técnica para caminar por la selva sin que se le llenen los pies, tan blancos, tan suizos, de ampollas.

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