Andrea Knight es fotógrafa. Trabaja en el diario La Nación desde hace varios años. Además de dedicarse al fotoperiodismo, Knight muestra su vocación por la fotografía artística en sus trabajos personales. A veces, como a muchos periodistas y fotógrafos del diario, le toca viajar para cubrir historias, personajes o la temporada de verano en Pinamar. Entre todas las notas que hizo, uno de esos veranos en la costa tuvo que salir al mar desde Ostende. Se embarcó con pescadores y un cronista, para hacer las fotos de un artículo sobre la pesca embarcada. El texto que sigue cuenta su percepción de ese viaje. Porque además de sacar fotos, A. K. escribe. Y cada vez dan más ganas de leerla. La foto de este post también es de su autoría.
Arrastran el gomón hasta la orilla y lo dirigen salteando la rompiente sobre las olas, sin que éstas entren en el bote y se inunde todo. Hay que saber los movimientos exactos, para encender el motor sobre el mar calmo y partir. Se mueve bastante, pero no es para tanto. Miro el horizonte porque me advierten que es la manera de no marearme. No me mareo pero cada tanto, clavo los ojos en la línea perfecta y celeste. Pienso en el soplo de Dios.
Le doy la espalda a la gente y dejo de escuchar lo que se habla. Estoy sola. No hay Nada más que Todo.
El negro abre la heladera blanca de telgopor, adentro apelmazadas un manojo importante de pescaditos son la carnada. Sobre una tabla las parte en dos, una por una con una navaja chiquita. Sus cortes tajantes me llevan a pensar en cosas cuya única respuesta es el sonido filoso del cuchillo una y otra vez. El negro pincha la carne en los ganchos puntudos y tira la cuerda al fondo del mar. Pesca con simpleza antideportiva. Sólo tira un hilo al fondo y engancha de a uno o de a dos peces gordos y tornasolados. Sabe todo, cuántos hay, donde están, por dónde viene el siguiente cardumen. Lo lleva en la sangre. Una asmática corvina que ronronea termina tirada en un tacho azul y se volverá nuestra deliciosa cena. Boquiabiertos peces ensangrentados culminan su vida apilados como cadáveres en la época de Mozart.
Con naturalidad una y otra vez destraba el gancho de las bocas y vuelve a tirar la cuerda. Hay silencio. Yo no quiero hablar, quiero sentir la soledad del pescador aunque dure poco.
Al rato tenemos suficiente pescado y el viento empieza a cambiar, alguien quiere volver. El regreso parece más largo que la venida. Me paro y miro bien, quiero reconocer formas en la costa. Veo el Hotel Blue magnificado, está en el lugar que estuvo siempre, el de toda mi vida. Tengo una visión única, lo veo desde el otro lado como si yo fuera una africana que desde la otra costa observara mi infancia.
«Boquiabiertos peces ensangrentados culminan su vida apilados como en la epoca de Mozart»?????????????????????????????????????????????????!!!!
No será mucho? O demasiado poco que para el caso es lo mismo?
Bueno, Juan. Creo suponer que es una referencia a la fosa común a la que eran arrojados cadáveres como el de Wolfgang. Supuestamente yacían cuerpos apilados como esos pececitos. Pensando en otra música (alejada lo suficiente del Don Giovanni), en Cromagnon pasó lo mismo. Excelente el artículo y la foto.
A mi me encanta la sopa de cabezas de pescado. La tomé un par de veces, en pueblos de pescadores, y no deja de tener su encanto. Como cuando Neruda habla del «Caldillo de Congrio», y veía los ojos de ese pescado chileno flotando en el plato mientras él se llevaba la cuchara a la boca.
Acabo de volver de Santiago donde visité La Chascona, la casa-museo de Neruda en esa ciudad. Ése sí que escribía…
Neruda escribía con los codos, el resto era pura movida política. No se compara, claudito…
¡Qué grande la tía knight!
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Me encanto!