Cada tanto aparece una noticia sobre algún tesoro perdido y recuperado: monedas de oro en un galeón hundido, restos de un dinosaurio, un riquísimo ajuar funerario. Todo muy valioso, todo inerte.
En cambio, las partituras que se encontraron en un viejo baúl de una iglesia chiquitana están vivas.
Desgastadas, olorosas, raídas por el tiempo, la humedad, las termitas, el encierro. Y vivas. Y llenas de música.
Música compuesta hace más de 300 años por jesuitas e indígenas. Música que nació en la selva, entre heliconias y tajibos (lapachos). Música barroca. Música anónima. Música con textos en lenguas originarias. Música manuscrita. Música espiritual. Música que estuvo perdida y hoy salta de violín en violín, de corno en trompeta, de flauta en contrabajo.
Pronto llega otro Festival de Música Barroca en las antiguas misiones jesuíticas del lejano oriente boliviano. Participarán jóvenes talentos locales y coros y orquestas consagrados. Más de 800 músicos dando vueltas por la selva, más de cien conciertos y, todavía, pocos turistas.
El artículo completo y las fotos que saqué, en la revista Lugares de feberero. ¡Pedísela a tu kioskero amigo!