Nuestro problema, me dice Dame Gueye, es que todos vendemos y no hay quien compre. Dame Gueye tiene un puesto en Sandaga, el mercado más grande de Dakar. Mbaye habla desde las siete de la mañana hasta las siete de la noche. Vende artesanías. Ahora que esta por terminar el día esta cansado. Tiene un boubou blanco, un foulard anaranjado y unos ojos enormes, negros y brillantes.
Mientras me muestra babouches de cuero de camello y bolsos y tallas y tambores, cuenta que el presidente los engañó, que dijo que habría trabajo, fábricas, pero al final no. Nada. Y señala para la calle, a todos los que estan sentados, sin trabajo, esperando. Mbaye sigue hablando de los dramas de Africa sin dejar de mostrar artesanías. Cada vez que le pregunto un precio, sigue hablando o me dice que elija lo que me gusta, que después hacemos la cuenta.
Si bien tiene tres o cuatro mercados con nombre propio -Sandaga, Kermel, Bamako- Dakar es un gran mercado, con miles de vendedores en estado de venta permanante, sin horario ni sabado ni domingo.
Casi no existen los negocios y las vidrieras son contadas; el método aquí es la venta más o menos ambulante. Están los que caminan y te caminan. Esos son los más esforzados y tambien los más pesados: te pueden seguir cinco cuadras para venderte un cuadro hecho con alitas de mariposa. Están los que tienen su puestito de fruta o de camisas o de gris gris, como se les llama a los amuletos, y que incluye colas de serpiente, patas de rana y más. Están los pesados, que no entienden el no y siguen y te siguen aunque no compres nada.
Y están los románticos, los poetas de su oficio, como Mbaye, el chico de los ojos enormes y brillantes, que vende como si estuviera sacándose velos. Que empieza con un precio cinco veces más caro, solo por el placer de negociar porque nadie se lo pagará.
Cuando se lo hago notar me dice que el charme del comercio en Africa es que no existen los precios fijos. «Usted me dice el suyo, yo le digo el mío y luego debatimos un rato. Si logramos un acuerdo bien, si no, también. Mire estos tapices, les decimos antiracistas», dice y extiende con arte una bella tela de puro algodón de Mali, con tinturas naturales negras, blancas y amarillas.
Algunos lo llaman regateo, pero creo que es un nombre injusto. Comprar en Africa es una forma de acercamiento. De conversar, de preguntar, de conocer a alguien como Mbaye que vende haciendo poesía.
Estaría bueno que viniera a poner su puesto en el mercado de afuera de mi depto, no? Ché, amiga, buenísimo leerte y saber que andas por esos lares tan lejanos. Quien fuera chicle pegado a tu zapato. AbrazoT
«Nuestro problema, me dice Dame Gueye, es que todos vendemos y no hay quien compre». Dame Gueye ha descubierto sin querer la esencia del comercio y del capitalismo. Sin alguien que tenga dinero suficiente para comprar, los que fabrican algo para vender no tienen destino. Cruel, pero verdadero.