Rusky, el director de un sello de música independiente que hace unos días contó sobre las pizzas de Chicago, hoy vuelve con una nueva entrega de excusas para viajar. Infantiles, sí, pero válidas. Después de leerlas, me pregunto por qué no consideró la que me contó una tarde: «Quiero volver a París porque no subí a la Torre Eiffel».
«Mi editora favorita me pide otra excusa infantil para viajar para postear el Volumen II. No es fácil decidir entre tantas, teniendo en cuenta que mi trabajo en el maravilloso mundo de la música no es más que una vil excusa para viajar, conocer gente, lugares.
Podría nombrar, por ejemplo, varias excusas fútiles para volver a una ciudad o una playa encantada. También están las excusas gastronómicas: los panchos en La Pasiva de Montevideo, las setas de Navarra, en España, y podría seguir: las excusas gastronómicas son las más evidentes, e inocentes.
Las excusas culturales son siempre elegantes: una Bienal en São Paulo o Venecia; una muestra de Bacon en El Prado; el entierro del Diablo de Carnaval de Jujuy; tomar peyote en el desierto mexicano. Grandes excusas para ser tildadas de banales, pero que siempre quedan bien en la mesa.
Están las excusas del corazón: ¿qué mejor razón que viajar a ver al amor de tu vida, aunque aún no estés seguro que lo sea? De certezas se vive: uno debe viajar para cerciorarse de que la persona más allá del océano es el amor imposible encarnado en la tierra. No se deje engañar, el amor en lejanías no existe: es su amor por el viaje lo que lo motiva. El resto, pura poesía. No es que el amor transoceánico no exista, sí que existe, simplemente no dura para toda la vida. Si uno puede vivir con eso, ésta es su gran excusa.
Después están la excusas familiares. Aproveche que están de moda las redes sociales, busque a sus parientes lejanos y vaya a conocerlos. Busque un pariente perdido en el Este europeo y de paso conozca el castillo de Drácula, reencuéntrese con su tío lejano de Rosario y cómase una boga en el río, vea hasta donde llega su imaginación para extender la parentela y conocer el mundo.
Pero la excusas que me importan son las infantiles. Por ejemplo, tengo que volver a Granada a pesar de que ya estuve dos veces, simplemente porque no fui a la Alhambra. ¿Cómo puede ser que llegue desde tan lejos y no ingrese a conocer uno de los grandes monumentos de la humanidad? Pues es sencillo: me encantan las excusas infantiles para viajar. Podría aducir que sólo me quedé unos días, que trabajé mucho, que estuve con Enrique Morente en su casa o pasando música hasta tarde en la Sala El Tren. Que me quedé tomando té con unos moros en el Albaicin o comiendo un cochinillo en un monte cuyo nombre no recuerdo pero que tenía la panorámica más increíble. O simplemente, que me quedé comiendo unas tapas -las mejores de toda España, señoras y señores- en un bar bizarro a la vuelta de la sala de conciertos Sugarpop con un montón de músicos y desconocidos. Sé que es una excusa infantil, y que la vida es cosa seria».
tal cual! totalmente identificada!