Quedan unos días más de Ramadán. Durante esta época, que dura un mes, millones de musulmanes de todo el mundo practican un ritual nada fácil: ayunan durante el día y comen sólo cuando se pone el sol.
También, se supone que es una época de reflexión, de acercamiento a dios y de buen comportamiento.
Hace dos años pasé el ramadán en un lugar donde nunca imaginé que habría Ramadán. Fue en Matemo, una isla del archipiélago de Quirimbas, en el norte de Mozambique, un lugar mayormente católico.
Si bien Mozambique fue colonia portuguesa hasta 1975 y el 70% de la población es católica, en ciertos lugares, como en las islas de Quirimbas en la costa Norte, y Comoros, ese país de tres islas sobre el Indico, hubo comerciantes árabes dedicados al tráfico de escavos hasta el siglo XV, y dejaron entre otras costumbes, la religión.
Matemo tiene ocho kilómetros de largo por tres de ancho. Viven unas dos mil personas negras, y muchas de ellas nunca habían visto un blanco hasta hace un par de años, cuando se inauguró Matemo Resort, un exclusivo complejo de apenas veinticuatro chalets de lujo a orillas del Indico, casualmente, con dueño árabe que se la pasa entre Dubai y Arabia Saudita.
La isla cambió mucho después del resort. Sin embargo, todavía se celebra el Ramadán. Según el Islam, en esta época pero hace 1428 años, el Corán comenzó a ser revelado al profeta Mahoma. Por eso es uno de los cinco pilares de la religión. Sólo practican el Ramadán los musulmanes adultos y sanos (las mujeres si no están en el periódo). Quien anda de viaje no tiene obligación de practicarlo.
Para llegar a Matemo hay que tomar un Cessna en la ciudad de Pemba, en la provincia de Cabo Delgado. El viaje dura una media hora de vuelo sobre islas e islotes llenos de cocoteros, arena blanca y canales, que forman el Parque Nacional Marino Quirimbas, con once islas que se extienden en un área de cien kilómetros. La zona es buena para snorkel, buceo y también para las excursiones de pesca. Hay barracudas de las grandes, marlín (el récord de 150 kilos), mackerel, atún y cinco especies de pejerey, incluyendo el Travelli gigante y el Kobia.
Los pobladores navegan en kangaias (tipo canoa) y daos (con vela), dos tipos de embarcaciones precarias pero resistentes, hechas de troncos de madera de la zona. En un paseo por la villa se ve cómo se construye una canoa, qué herramientas se usan para la pesca. También se verán niñas y mujeres con la cara pintada de blanco, como la de la foto. Es una tintura que se llama musiro, un producto belleza natural para tener la piel suave. Se obtiene de una corteza, mezclada con piedra y agua. Es obligatorio usarlo antes del casamiento. Cada tanto, las niñas se quitan la pintura y aparecen en sociedad y encuentran marido, muchas veces a los once o doce años.
Durante los días de Ramadán, los isleños estaban más tranquilos y algo desganados, supongo, por la falta de comida. Cuando se acercaba el atardecer, recuperaban el ánimo, se encendían y enseguida saludaban para irse. Salam malekom. Poco después de dejar la isla se celebró el Id Al Fitr, la fiesta que marca el fin del Ramadán y el rompimiento del ayuno.
¿Dónde te tocó un Ramadán?
Cuando estuve trabajando en USA entre 2000 y fines de 2001 los sábados por la mañana teníamos una reunión ineludible en Washington DC. Un interminable “picado” de fútbol en los campitos que están detrás de la Casa Blanca, cerca del Obelisco que conmemora a George Washington.
Esos picados parecían convenciones de las Naciones Unidas, por cierto mil veces más entretenidos y productivos. Jugábamos ingleses, salvadoreños, mejicanos, colombianos, marroquíes, norteamericanos, húngaros, argentinos, iraníes, etc, etc, etc (y también…..mujeres !!! a las que no se podía marcar con una buena patada). Dentro del grupo que después de los partidos iba a comer, había un enjuto afgano.
En noviembre, cuando Washington empezaba a transformarse en una heladera con ventilador incluido, una vez terminados los partidos la necesidad de recuperar calorías era muy grande. El tamaño de las hamburguesas y la parva de papas fritas con ketchup era entonces muy significativa. Nos sentábamos unos 8-10 cracks (no por la calidad de nuestro juego sino por el ruido que hacían las articulaciones) y empezábamos a devorar. En esos menesteres nos encontró el Ramadán. Entonces, esos días nuestro amigo el enjuto afgano (muy buen jugador), se sentaba en la punta de la mesa y (seguramente muerto de hambre) nos MIRABA comer como si fuera El Ultimo Almuerzo.
Al verlo a mí me daba una mezcla de pena y respeto, pero no vergüenza (igual seguíamos comiendo a lo bestia ante su mirada). Al mes siguiente a ese Ramadán de 2001 me volví a casa y nunca más supe de él.
Desde entonces me quedé pensando en la diferencia de conductas entre este ayuno a rajatabla del afgano (un mes al año) y las gambetas increíbles de los “católicos” que se comen un asado completo un viernes santo……
Viajaba en tren entre Bombay y Kerala, por la costa oeste de la India. Un largo viaje de unas 36 horas, por lo menos.
Los asientos de día se transformaban de noche en precarias literas, tres y tres, cercanamente enfrentadas.
Durante el viaje, dos hombres de mirada profunda y tez aceituna que compartian nuestro compartimiento, apenas pronunciaron una palabra.
Qué suerte, pensé, unos compañeros de viaje inusualmente discretos.
Pero no, fatal error.
Por la noche me despertó el ruido de un sinfín de celofanes y de apertura de gaseosas y de engullimiento desesperados con sus posteriores eructos, al lado de mis oídos. Para ser más exacta, el pic nic se celbraba a los pies de mi propia litera, transformada en mesa, ya que estaba, claro, en la fila de abajo.
Abri los ojos y los habré mirado con tal asombro que no les quedó otra que dejar de morfar y explicarme: «estamos en Ramadán, a qué hora vamos a comer sino?»
Seguramente los musulmanes se habrían quedado dormidos por la falta de energía hasta esa hora de la madrugada, pero confieso que hasta hace poco, pensé que era normal que durante el Ramadán, la gente se despertara a las 3 de la mañana para celebrar una bacanal.