«Era imposible ponerlo en palabras, pero tenía cierto respeto por el mar; ante él se sacaba la gorra. El mar era una persona extraña con toda clase de ideas extrañas, peor incluso que él mismo cuando se emborrachaba. Los navegantes navegan por el mar y el mar dice está bien, pero no se propasen. Con calma; ustedes por su lado y yo por el mío. Una vez, Bjorgstrom había trabajado en un barco de pasajeros estadounidense que hacía el trayecto entre Nueva York y La Habana. Pero renunció después del primer viaje, aunque realmente necesitaba el empleo. Aquella gente frívola con sus cócteles y sus bailes a la luz de la luna no tenía ningún respeto por el mar. Creían que Dios había hecho el mar para entretenerlos, mientras que todo marienero sensato sabía que Dios lo había hecho para transportar discretamente mercancía de un continente a otro. Como resultado, el mar se irritaba y de vez en cuando les recordaba su arrogancia, quemándolos en un incendio a bordo, congelándolos en el paso del Noroeste o reventándoles los sesos contra olas de un kilómetro de alto. Y era gracioso lo fácil que le resultaba al mar ponerlos en su lugar, más fácil que para un elefante pisar una hormiga. Por eso, pensó difusamente Bjorgstrom, los marineros no se bañaban más de lo necesario. Todos esos ignorantes que no entendían el mar creían que los marineros eran sucios por naturaleza; era solo que no querían ponerse demasiado mar encima. Ya lo tenían suficientemente encima sin bañarse; la bruma siempre les soplaba en la cara y en climas tormentosos las olas se encaramaban sobre la cubierta. El mar estaba todo a su alrededor excepto arriba, y Dios era igualmente errático; como en el caso del mar, nunca se sabía qué iría a hacer. »
El caballero que cayó al mar, H.C. Lewis, La Bestia Equilátera.
hace mucho no pasaba por aca! lo que mas me gusta de este blog es como logras esa mixtura perfecta entre el arte y los viajes, la armonia de que todo lugar ya fue visto y retratado (y sobre todo comprendido!). Me encanta!