El viaje de ayer fue distinto. Empezó y terminó en el mismo lugar, pero pasaron muchos paisajes en el medio.
Sin tomar ni un avión crucé un desierto, sentí una cascada entre las costillas, caminé por un prado con flores silvestres y pude ver el cosmos con los ojos tapados.
Todo eso y más pasó en una hora de breema, una práctica de bodywork, que se define de muchas maneras, pero la que más me gusta es: el arte de estar presente.
Resulta que Pritama, una amiga que viene llegando de certificarse en el Breema Center de California, me dio una sesión de esta especie de masaje consciente y meditativo que nació de la mezcla de Oriente y Occidente. Cuando me acosté en la alfombra con ropa cómoda y los ojos cerrados no sabía que estaba arriba de una alfombra mágica.
En inglés, cada una de las letras de la palabra breema tiene un significado: being, right now, everywhere, everymoment, myself, actually. No todos, pero algunos consideran que Breema es el nombre de una aldea lejana, en las montañas que separan Irán y Afganistán, donde viven pastores y campesinos. Por eso, se practica preferentemente en una alfombra persa que ha requerido un trabajo largo y ancestral para confeccionarse.
El viaje de ayer, que atravesó paisajes y estados, fue silencioso y efervescente; aterciopelado y rugoso. Pero sobre todo, se trató de un viaje sin fronteras. Los practicantes de breema se basan en 9 principios fundamentales de armonía. Uno de los que más le gusta a Pritama es: «momento único, actividad única».
El que hace los masajes se llama practicante -el nombre se basa en la teoría de que a pesar de todos los cursos que haga, uno nunca termina de aprender- y quien los recibe es, justamente, un recipiente. El practicante utiliza estiramientos, inclinaciones sobre la musculatura, deslizamientos nutrientes, toques de tacto firme y suave, movimientos alegres y rítmicos que liberan tensión, estrés y dolor. Mientras tanto, el recipiente recibe y observa su cuerpo como nunca.
No se trata de mirar una arruga nueva o un rollito más, breema se recibe con los ojos cerrados así que las observaciones son construcciones imaginarias, paisajes que no tienen límites. Cada toque inspira el viaje.
Existen más de 400 secuencias, los practicantes componen su sesión -entre 20 minutos y una hora- con las que crean necesarias. Cada sesión es distinta y nueva.
Pritama se inició en el arte de los masjaes hace tiempo. Me contó después de la sesión, que la primera vez que supo sobre el breema fue en Tailandia, hace cinco años, mientras tomaba un curso de masajes. Parece que un instructor le habló de breema y después le dio un flyer. «Cuando vi la foto, me di cuenta de que no era un simple masaje técnico, se veía balanceado, espiritual, se veía que en ese masaje había sabiduría». La palabra breema quedó dando vueltas por su cabeza y un día, caminando por Barcelona vio un cartel que decía «Aquí, breema». Ese día, hace un par de años, entró y se dio un masaje. Después de ahí, el breema es parte de su vida: tomó cursos hasta certificarse. Como los pilotos necesitan horas de vuelo, el estudio de breema se cuenta con horas de práctica.
El creador del breema es el alemán Jon Schreiber, que vive en Oakland, California. Es el director del breema center y de la clínica. Ha escrito libros y enseña breema desde 1980.
Una sesión de breema no es barata. En Europa cuesta alrededor de 30 euros. En Barcelona se dan clases individuales y grupales en el centro Harmonious Life.
Por suerte, también existe el autobreema, una serie de ejercicios que uno se hace a uno mismo en busca del balance, la armonía y nuevas ventanas para otros viajes.
Comentario sobre construcción de frase: «…viene llegando de certificarse..» suena como un cañonazo a las 3 de la mañana…..o como la uña contra el pizarrón…
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