Serían las nueve de la noche cuando el avión aterrizó en Aeroparque. Salí rápido, ni siquiera fue necesario mostrar el ticket del equipaje.
La fila para tomar taxis era larguísima. Igual esperé. Atrás mío, una chica contó por celular la separación de su novio y los futuros planes. Lo dijo tan alto que parecía que nos lo contaba a todos.
Finalmente llegó mi turno para un taxi destartalado, sin aire y que ni siquiera era radio- taxi. El chofer tendría unos setenta años. Parecía de otra ciudad, no por su aspecto físico ni por su acento. Más bien porque preguntó varias veces cómo hacer un recorrido sumamente simple, nada de Parque Chas. Que si por acá o por allá, el tipo no tenía idea. No era el típico tachero porteño, que conoce qué calles están cortadas y te lleva por ahí así tarda más.
La noche estaba ventosa y había olor a la lluvia que llegaría inevitablemente, más tarde. Hundido en su asiento, el chofer escuchaba tangos viejos y las hojas de los plátanos se arremolinaban en las alcantarillas. Creo recordar que llevaba una boina a cuadros, pero quizás es una incorporación de mi memoria, que insiste en rociar ciertas situaciones con spray romántico. Posiblemente fuera de esos pelados que llevan el peine en el bolsillo de atrás y cada tanto lo sacan para organizar los tres pelos largos que les quedan.
Semáforo rojo. Semáforo amarillo. Semáforo verde. El último antes de llegar a casa. El hombre no avanzó y el malón de autos venía de atrás ¡a toda velocidad!
– Señor, está verde -le dije.
– Ah, sí nena, acá vamos – se despertó y arrancó.
Próxima parada: casa. Antes de bajar, le sugerí que quizás sería bueno que se tomara unas horas para descansar y después volver a trabajar más fresco. Junto con el vuelto, me respondió:
– No, nena, yo estoy acostumbrado a esto. El otro día, serían las tres de la tarde y subí a una mujer con el crío. Ella le cantó el arrorró al nene, completito, arrorró mi niño, arrorró mi sol y ¿sabé qué? … ¡me dormí yo! Me tuvo que despertar la mujer a mitad de cuadra. Jaja. Chau nena, andá, que te vaya bien.
No creo que todos los taxistas de Buenos Aires te lleven por las calles cortadas para tardar más, quizás algunos. Pero todos seguro que no, no generelices, tal vez ofendiste a algún digno trabajador.