Hace poco estuve en Honduras. Un día me tocó tomar un vuelo tempranísimo, esperar en un aeropuerto, y después viajar cuatro horas por una ruta llena de pozos grandes como cráteres hasta las ruinas de Copán.
Ahí, me recibió la gente de turismo del lugar y, sin parar y todavía mareada por tanto viaje, a recorrer el pueblo, saludar gente, escuchar historias, ver cuartos de hoteles. El día no terminaba nunca, me pregunté cuánto faltaría para llegar a una cama y soñé con un trabajo más rutinario, con hora de entrada y de salida.
En un momento, al caer la noche, me llevaron a una finca cafetera. Estaba rodeada de bananos, helechos, orquídeas y heliconias en flor. Hacía calor, se sentía el trópico. Enseguida, se largó a llover. Era una lluvia constante, decidida, espesa. Llovió durante horas, como podría llover en Macondo, como si fuera a llover toda la vida. Cené con velas en una galería mirando llover mientras una arqueóloga vasca me contaba cómo encontró en Honduras su lugar en el mundo.
Cuando paró el agua, se escucharon millones de grillos, el sonido era más fuerte que las olas cerca del mar. En vez de ventanas mi cuarto tenía mosquitero, apenas un mosquitero me separaba de la selva. Estar ahí me pareció un lujo y antes de irme a dormir creí que tenía el mejor trabajo del mundo.
(La foto es de la mañana siguiente, un día luminoso, con lluvias esporádicas y, como los anteriores, muy húmedo)
Carol, ¿cambiarias todas esas experiencias, esos momentos, esos viajes? por un trabajo rutinario de oficina, frente a una pc de escritorio? Ciertamente podes decir que tenes «El mejor trabajo del Mundo». editorial Südpol
Si definitivamente su trabajo es genial! muchos envidiamos poder hacer ese tipo de cosas, en ves de estar cumpliendo un trabajo todos los días en el mismo sitio!!!!