“Me convertí en lo que soy a los doce años. Era un frío y encapotado día de invierno de 1975. Recuerdo el momento exacto: estaba agazapado detrás de una pared de adobe desmoronada, observando a hurtadillas el callejón próximo al riachuelo helado. De eso hace muchos años, pero con el tiempo descubrí que lo que dicen de pasado, que es posible enterrarlo, no es cierto. Porque el pasado se abre a zarpazos. Ahora que lo recuerdo, me doy cuenta que llevo los últimos veintiséis años observando a hurtadillas ese callejón desierto” («Cometas en el cielo», Khaled Hosseini, 2003)
Lo que más se conoce de Afganistán es el número de muertos, que aparece con frecuencia en televisión. Poco se sabe de los reñidos campeonatos de voladores de cometas -se celebran cada año nuevo-, de los mercados de Kabul y del torneo anual de Buzkashi, el deporte nacional afgano, un juego violento entre dos equipos de jinetes que se disputan el cuerpo de una vaca muerta (sin cabeza ni extremidades).
Hasta un poco antes de la mitad, el best seller de Khaled Hosseini, «Cometas en el cielo», es un viaje increíble a las costumbres y tradiciones de Afganistán, un país con carácter y sin mar.
Hasta un poco antes de la mitad, el libro de Hosseini muestra imágenes de los años 70 en Kabul, construye personajes y relaciones de amistad profundas, creíbles y emocionantes.
Se pueden ver chispas de la esencia de ese país, que en los 80 fue invadido por los rusos, a mediados de los 90 por los talibanes -que gobernaron el país según la sharia o código de comportamiento basado en el rígido derecho islámico- y finalmente, en 2001, los norteamericanos iniciaron allí sus operaciones militares con el objetivo declarado de encontrar a Osama Bin Laden. Sólo hace algunos años, Afganistán marcha a tientas hacia la reconstrucción de un territorio devastado, sembrado de minas antipersonales y con la amenaza permanente de la guerra civil.
Volviendo a «Cometas en el Cielo», la primera parte del libro tiene la virtud de enfocar hasta el detalle esos planos generales que muestra la televisión. Las montañas áridas, una casa llena de alfombras, una historia mínima. Después de la mitad, la escritura decae y el espíritu hollywoodense ataca el libro hasta la última página. Igual que una enfermedad mortal, lo contamina, lo llena de lugares comunes y de golpes bajos. En varios momentos me recordó a esas películas norteamericanas, como Million Dollar Baby, en las que siempre lo peor está por venir. Lo mismo pasa en este libro: ni siquiera cuando el lector está por los suelos, Hosseini tiene piedad.
Lo confieso: en algunos momentos tuve ganas de destruir el libro, de romperlo o quemarlo. También -no diré en qué parte- quise insultar a Hosseini por sus salidas efectistas. Pero nunca, en ningún momento, pude soltar el libro.
Ese carácter de best seller motivó la película, que se estrenó el año pasado y fue prohibida en Afganistán. Como también fueron prohibidos los cometas, durante el gobierno talibán. Se los consideraba frívolos y no islámicos. En aquella época, hace menos de diez años, si un niño era visto con un cometa, su padre iba directo a la cárcel.
Con los vientos de cambio, los cometas están regresando a los cielos afganos y los pocos niños que quedan después de tantos años de guerras, volvieron a remontarlos en primavera.
Hay países que parecen condenados al sufrimiento eterno; siempre les va mal, muchas veces gracias a sus propios gobiernos. A Afganistán lo pondría en esa lista imaginaria de «Países Desgraciados», junto a Haití, Bangladesh, Bolivia, Nicaragua y muchos de África que intuyo por no conocer.
Afortunadamente no es nuestro caso, según un ex presidente cabezón, “estamos condenados al éxito”……. Cosas “oires”, Sancho…
Ah, no voy a comprar el libro de Hosseini.