El otro día necesitaba una segunda opinión. Le mostré dos fotos a un amigo y le pregunté cuál le parecía mejor. «Me gustan las dos… ¿Por qué siempre hay que elegir?», dijo después, como si lanzara la pregunta al Universo.
No aclaró mucho más y eligió una foto. En el momento su pregunta me desconcertó. Pero esa noche, después de ver una película en donde alguien tuvo que elegir entre la vida y la muerte, se abrió otra dimensión de las decisiones y recordé la pregunta de mi amigo.
Estoy leyendo un libro muy bueno que se llama Cineclub, de David Gilmour. El argumento es más o menos el que sigue. Un padre preocupado por su hijo adolescente que es pésimo en la escuela, y harto de perseguirlo para que haga la tarea le propone asumiendo el riesgo del caso, que deje el instituto. Las condiciones son dos: 1) que no se meta en drogas 2) que tiene que ver tres películas por semana con él. Durante más de un año, padre (crítico de cine desempleado) e hijo ven películas sin parar. Además de mostrar la relación entre los dos y las mil puertas en la cabeza que construye el cine, la película es un viaje alucinante por las mejores películas.
En todos los capítulos uno tiene ganas de volver a ver una y otra, ésa y aquélla. Uy, ¿te acordás? La cuestión es que ayer quise volver a ver Crímenes y pecados, una vieja de Woody Allen. La vi hace más de diez años. Recuerdo que me había encantado y casi nada más. La alquilé y me volvió a encantar. ¿A qué viene el cuento?
A esto: en un momento de la película responden en algún sentido la pregunta universal sobre las elecciones con este texto, que le mandaré ahora mismo a mi amigo:
«Todos nos enfrentamos en nuestras vidas con decisiones agonizantes, elecciones morales. Algunas son a gran escala. La mayoría de las decisiones son menores. Pero nos definimos según las decisiones que tomamos. De hecho, somos la suma de nuestras decisiones. Los eventos se desarrollan tan impredeciblemente, injustamente. La felicidad humana no parece haber sido incluida en el diseño de la creación. Sólo nosotros, con nuestra capacidad para amar le damos sentido al Universo indiferente. Y sin embargo, la mayoría de los seres humanos parece tener la habilidad de seguir intentando e incluso encontrar placer en las cosas simples, como su familia, su trabajo, y en la esperanza de que las próximas generaciones quizás entiendan más«.
lo leí en diciembre. me gustó la parte de cómo el padre maneja todo, relax y optimista. La parte de cuando el niño se enamora de la mujer fatal, está bizarra y divertida. AbrazoT
Me encantó este texto. Claro que nos definen nuestras elecciones, incluso las que no tomamos.