La muerte de G. S. fue tonta y larga. Un día, en un accidente doméstico, se golpeó la cabeza. Al día siguiente estaba en coma y dos meses más tarde no estaba.
G. S. era psicólogo y durante años atendió a mi amigo E. Incluso después de tener el alta, G.S. y E. se reunían a conversar sobre música, arte y también sobre las ciudades que les gustaban. Los dos eran viajeros fanáticos: G. S. hinchaba por Londres y E. por París, siempre.
Un día, el mismo día que comenzó la muerte tonta de G.S., habían quedado en encontrarse a tomar un café. Pero un rato antes del encuentro G.S. telefoneó a E. para avisarle que se había golpeado la cabeza y que no iría al encuentro.
Al día siguiente, mi amigo E. lo llamó para ver cómo estaba. Pero G.S. ya no atendió el teléfono. Ni ese día ni el siguiente. E. trató de ubicarlo en su consultorio, pero el teléfono sonaba en una habitación vacía. Lo rastreó a través de conocidos. Nadie tenía noticias de G. S.
Así pasaron los días y hubo momentos en los que E. se sintió muy mal. Como se siente uno cuando teme por la vida de alguien que quiere. Los días siguieron pasando sin novedades. Cada tanto le escribía a mi amigo E. preguntándole si sabía algo de G.S. «Nada, che, no sé nada», me respondía tristemente.
Hasta que la hija de G.S. llamó a la casa de E. y le contó del accidente doméstico y del estado de coma. En ese momento E. supo que nunca más hablaría con G.S. Ni de Londres ni de París ni de nada. Así fue. Ayer, volvió a llamar la hija para decirle que G.S. había muerto.
E. habló cortésmente y dio el pésame. Después, encerrado en su escritorio, se desplomó sobre el bergere verde y permaneció en silencio, derrotado.
De pronto, volvió a pararse como si hubiera recordado un asunto importante. Buscó algo entre los libros de la biblioteca. Atrás de todo, en un estante lejano, encontró la botella de absinthe (ajenjo o absenta, en español).
El absenta es una bebida fuerte -entre 55 y 90° de alcohol-herbácea, anisada y con una historia y una mística perfectas para la ocasión. Distintas situaciones con absinthe fuero pintadas por Degas, Toulouse Lautrec, Picasso, y también por Van Gogh, como la naturaleza muerta de la primera imagen de esta página.
El líquido es verde y la bebida también es conocida como El Hada Verde (segunda foto). Durante muchos años estuvo prohibida en varios países porque se creía que uno de sus componentes causaba alucinaciones y estados de locura. Los intelectuales, artistas y bohemios del siglo XIX fueron grandes consumidores de absinthe. «¿Cuál es la diferencia entre un vaso de absinthe y el atardecer?», escribió Oscar Wilde. Y también escribió: «Después del primer vaso, uno ve las cosas como le gustaría que fuesen. Después del segundo, se ven cosas que no existen. Finalmente, uno acaba viendo las cosas tal como son, y eso es lo más horrible que puede ocurrir». Quizás algo así le pasó a Van Gogh. Hay quienes aseguran que, cuando se cortó la oreja estaba borracho de absinthe. En la mayoría de los países de América Latina todavía está prohida su comercialización.
Eso no impidió que E. tuviera su botella de absinthe bien guardada en el escritorio. La miró durante un rato, quizás pensando en sus próximos pasos. O en el momento en que la compró, en un viaje por Holanda. Cuando volvió de su hipnotismo, acercó un vaso, la cucharita calada, el azúcar y agua. La preparó según el ritual: sirvió una medida del elixir alucinante, agregó suavemente el azúcar y al final, agua fresca. Después lo tomó, en memoria de G.S.