Fue hace quince días, una tarde de luz irresistible. Más temprano había llovido bastante y seguía la humedad. Salí a caminar, caminé y caminé. No quería dar la vuelta. Volver era darle la espalda a esa luz.
No había nadie en la playa. Hasta que apareció uno. Uno rubio, a simple vista, forastero. Nos pusimos a conversar, y juntos fue menos triste darse vuelta. Volvimos.
Caminamos descalzos por la arena dura. Casi a oscuras, el rubio -que resultó ser húngaro- abrió una ventana a otras luces.
Me preguntó: ¿Conoces a Caspar David Friedrich ? Contó que era un pintor alemán del movimiento romántico, y que muchos de sus cuadros tenían la misma luz que estábamos viendo. ¿Sería un atardecer repetido?
La luz de Friedich es una luz excitada, por momentos parece enferma. En este cuadro se contempla la salida de la luna. Una luna que podría llegar del infierno.
Tenía razón Peter, el húngaro. El atardecer que compartimos se parecía demasiado a los de Friedrich. Con los días llegué a pensar que él estuvo entre nosotros. En luz y espíritu.
Muy lindo el post!!! Me gustó mucho lo escrito y conocer a Caspar. gracias!!!