Bellavista, Santiago de Chile. El barrio tiene dos límites naturales: el río y el cerro San Cristóbal. Del otro lado del Mapocho baja el promedio de edad -hay por lo menos tres universidades- y también baja el ritmo. La gente parece más tranquila en Bellavista, como de provincia. Y circula una brisa bohemia. Será el espíritu de Pablo Neruda que pasó largas temporadas en La Chascona, una de sus casas, vecina del barrio desde los años 50, cuando el poeta y Premio Nobel de Literatura la construyó para Matilde Urrutia, primero su amante y luego su esposa. Como Isla Negra y La Sebastiana, esta casa de Neruda también se puede visitar y está llena desniveles, recovecos fantásticos y objetos con nostalgia del mar.
Hoy, como hace sesenta años, Bellavista es un barrio de artistas. Pero antes, hace mucho, quedaba lejos del centro de Santiago. Estaba en las afueras y era un lugar marginal, la chimba, que en quechua significa “en la otra orilla”. En el siglo XIX, la construcción del puente Cal y Canto lo acercó y las familias de la aristocracia hicieron palacetes y casas de campo para descansar en un entorno natural. Porque en Bellavista, el cerro San Cristóbal está ahí nomás.
Después del Golpe del 73, el barrio, como el país, pasó años negros. La Chascona fue atacada y la bohemia, silenciada. Con la vuelta de la democracia, el Bellavista renació. Poco a poco se instalaron teatros (hay más de diez), centros culturales (El Mori, de Benjamín Vicuña y Gonzalo Valenzuela es el más famoso), tiendas de autor (Vaga, Bautista Santiago), restaurantes (en Ciudad Vieja, 22 variedades de sándwiches gourmet), galerías de arte (Cian, Bomb, La Galería), negocios para comprar lapislázuli, la piedra nacional chilena, el Patio Bellavista, un centro comercial al aire libre con restaurantes y tiendas de souvenirs (por las noches, Le Fournil, con jazz en vivo), y hoteles boutique. Bellavista también es barrio para el carrete, como le llaman los chilenos a la diversión nocturna. Hay muchos bares, muchísimos, pero hay que pasar por el Constitución.
La calle Constitución lleva al San Cristóbal. Se puede subir en teleférico o en un funicular como los de Valparaíso. Si escucha un grito, seguro que es algún mono. El Zoo de Santiago está ahí. Desde arriba, si no hay smog, excelentes vistas de la ciudad. En general, vienen días claros como el de la foto después de una buena lluvia.