Hace unos días se festejó el segundo aniversario del rescate de los 33. Con monumento en la boca de la Mina San José -una cruz de 5 metros de altura en honor a la Virgen de la Candelaria-, distinción a los geólogos que participaron de la hazaña, presidente y todo el cuento.
Mientras tanto, y cuando las cámaras se apagan, dicen las noticias que esos hombres que estuvieron dos meses bajo tierra, andan más o menos. Varios siguen tratamientos psicológicos, medicación incluida, y se acercan al islamismo; uno buscó contención emocional en un grupo de tendencia sufi; el imitador de Elvis estuvo internado en una clínica de rehabilitación; otros volvieron a trabajar en minas.
Mario Sepúlveda vino hace poco a la Argentina, lo escuché una mañana en la radio. Viaja por el mundo dando charlas sobre su experiencia. Como Páez Vilaró, con quien me encontré hace un par de años en el aeropuerto del DF. Tenía menos de 20 años cuando el avión en el que viajaba se cayó en la cordillera de los Andes; hoy, con más de 50 pasa buena parte de su vida en los aviones. Viaja para dar conferencias motivacionales a empleados de grandes empresas.
Con los homenajes a los mineros me acordé que el año pasado estuve en Copiapó, una de las ciudades cabecera del desierto de Atacama. Desde donde se accede a muchas minas, entre ellas la San José.
Pregunté si había un tour de los mineros o algo así, pero no. Por lo menos nada formal. Ahora me entero que varios de los 33 firmarán contrato con una empresa que fabricará merchandising -tazas, camisetas, medallas- para el turismo. Y que noviembre comenzará el rodaje de una película sobre el episodio. Seguramente después de eso habrá tour.
Mientras tanto, hay cápsula. Está en el Museo Regional de Atacama, a pocas cuadras de la plaza llena de molles retorcidos y añosos. Fui a verla, claro, igual que todos los turistas que llegan a Copiapó. En la oficina de turismo ahora se pregunta menos por el Dakar y más por la cápsula.
Después del rescate se exhibió durante un tiempo en la Plaza de la Constitución de Santiago, en otras ciudades del país, y también en Tecnópolis, Argentina. Cuando volvió, casi se queda en Santiago pero el gobierno de Copiapó la peleó y hoy está allá.
La Fénix 2 está en el patio de la antigua casona donde funciona el museo, que según me contó la secretaria del director ahora recibe muchísimos más visitantes. No se quedan demasiado, eso sí. El tiempo que les lleva sacarse una con la cápsula y ver la esquela de los 33, que como señaló la secretaria «por supuesto que no es la original. Ésa esta bajo llave».
La cápsula me pareció mínima. Tiene 54 cm de diámetro, fue diseñada por la Armada de Chile y ya se había usado en rescates anteriores. La celda por donde cada minero subió los 720 metros hasta la superficie no es mucho más grande que la de un pájaro que la pasa más o menos bien. Adentro están los arneses que usaban para atarse, oxígeno y los parlantes por donde se comunicaban con los rescatistas.
Salí del museo y de camino al centro paré a comprar nueces, orejones que en el desierto se dan tan bien. Antes de llegar a la plaza pasé por la oficina de turismo y estaba llena. Me imaginé que todas las consultas estarían relacionadas con la Fénix 2. Si a Copiapó le faltaba un hit turístico, con la cápsula ese punto esta solucionado.