En la esquina de Colima y Mérida, en la colonia Roma, Damián Marín trabaja ocho o nueve horas por día.
Atiende un puesto que está en el mismo lugar hace treinta años y donde cada día a cualquier hora hay gente que espera un taco sustancioso de su comal. Damián se aparece en las mañanas con su peinado parado como pasto recién cortado (los mexicanos son fans del gel) y las manos listas para moverlas veloces, cortando, picando, armando, adentro y afuera del comal.
Así se llama esta sartenzota donde por un lado fríe el relleno de los tacos: suadero -un corte de carne- tripa, nopal, cebollita. En el centro del comal se calientan las tortillas, que después se rellenan.
Al final la salsita, la prueba de un buen taco. Salsa verde o salsa roja, según el chile que se utilice. En el puesto de Damián el que más sale es el chile serrano, verde y picoso. Cebollita picada cruda y cilantro a gusto.
El de Damián Marín es uno de los cientos de comales que hay en las esquinas de esta ciudad interminable, donde la lumbre está encendida de la mañana a la noche, y siempre huele a tortilla de maíz.