La historia del pobre árbol de Ténéré, en Níger, es triste pero me gusta.
Resulta que esta acacia que se ve en la foto era el único árbol en 400 kilómetros a la redonda. Sus raíces habían logrado atravesar 40 metros de arena para seguir viviendo.
Tan extraño era el árbol de Ténéré que cuando en 1939 Michel Lesourd, un funcionario del Servicio Central de los Asuntos del Sahara, exploró la zona escribió lo siguiente: «Uno debe ver el árbol para creer que existe. ¿Cuál es el secreto? ¿Cómo puede seguir viviendo a pesar de las multitudes de camellos que lo pisotean? ¿Cómo en cada azalai -nombre de la caravana semianual de sal de los tuaregs- un camello no se come sus hojas y espinas? ¿Por qué los numerosos tuaregs que pasan por aquí guiando las caravanas de sal no usan sus ramas para encender fuegos y preparar el área? La única respuesta es que el árbol es tabú y así está considerado por los hombres del desierto. Hay una especie de superstición, una orden tribal que siempre es respetada. Cada año los azalai se reúnen alrededor del árbol antes de encarar el cruce del desierto de Ténéré. El árbol de acacia se convirtió en un faro viviente; es el primer signo visible para los azalai que parten de Agadez hacia Bilma, o regresan«.
Así fue durante muchos, muchísimos años. Hasta que en 1973 llegó un camionero borracho y se tragó el árbol. Con tal mala suerte que lo noqueó y cayó instantáneamente. En su lugar, una fría placa de metal lo recuerda. Lo que quedó del árbol que alguna vez fue un faro viviente está en el Museo Nacional de Níger, en Niamey, la capital. Las caravanas, dicen, ya no paran ahí.
La triste historia del árbol de Ténéré la encontré en una página que me mandó un amigo hace un par de días. Se llama Atlas Obscura y se presenta como un compendio de maravillas, curiosidades y esoterismo del mundo. Hay pueblos fantasmas, laberintos, ruinas increíbles y un árbol que ya no está.