Son las once de la mañana y Staten Island está llena de turistas. «Menos que siempre, son tiempos de crisis», me dice un marinero latino que hace el viaje desde Battery Park -cuesta 12 dólares y también se puede bajar en la vecina Ellis Island– en un barco que transporta 800 pasajeros. Ni uno más. Los cuentan con un cuenta ganado y en el que me tocó viajar había 799. Entonces, un par de marineros se pusieron a gritar en busca del último, un pasajero solo. ¿Alguien viaja solo? Curiosamente no había nadie. El mínimo eran dos. Conclusión: no se pasaron, viajaron con uno menos.
Después del 9/11, la típica visita a la Estatua de la Libertad es más corta. Uno se baja del barco y rodea la estatua con paseo con buenas vistas de Manhattan también. Ya no se puede subir o bueno, se puede pero sólo hay capacidad para 2500 personas por día, y es preciso anotarse previamente o llegar muy temprano el mismo día.
La vuelta es amplia y además de mirar a la bella dama uno trata de buscar un ángulo sin tanta gente para la foto. Mientras doy la vuelta, veo algunos que posan con una botella de agua mineral en un lugar justo para que parezca que la estatua tiene una botella en lugar de la antorcha. Como si la libertad tuviera sed. Saco fotos y me sacan, todas con ese fondo simbólico.
Sin duda, la instantánea más increíble es la de este post. Una pareja de coreanos, él saca le fotos a ella parada a la manera de la estatua y sosteniendo un objeto difícil de identificar. No es una botella de agua ni un pañuelo. La curiosidad me lleva a acercarme más y más. ¿Qué es eso?, me pregunto mientras camino. Unos segundos antes de que crean que quiero meterme de prepo en su foto o asaltarlos a plena luz del día, descubro que se trata de una computadora. La mujer posa con una Dell en caja nueva, recién comprada.
Después de sacar la foto me di la vuelta medio frustrada y confundida. Miré la foto en el visor: La nueva Libertad.
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