«Como idea moral, como abstracción, Manhattan tiene un lugar en la mente de todos. Manhattan representa: oportunidades, el poder del capital, el imperialismo blanco, el glamour, la pobreza; todo depende de la visión del mundo de la persona que piense en ello. Manhattan es un concepto. También existe. Al andar por sus calles, el visitante queda asombrado al principio por la fuerza y la debilidad de sus fantasías previas. Y de este asombro surge una paradoja. Son al mismo tiempo calles soñadas y las calles más reales que haya visto en su vida (no ofrecen nada detrás de lo que hay).
[…] Aquí no hay detalles simbólicos. Lo que ves es lo que ves; nada más. El significado es el lugar donde te encuentras. No hay significación oculta, no hay un sentido interno.
[…] Las calles se usan, se manchan de la misma forma que los interiores. Las escaleras, las barandillas, las bombas de inendios, los bordillos, no han envejecido por el uso constante durante un largo período de tiempo. Más bien han sido rotos, estropeados, en momentos de violencia sucesivos, como el lavabo de los urinarios públicos, la puerta de una celda, la cama de una pensión.
[…] Lo que separa a la gente (o la encierra) son los cerrojos y, en el caso de los vencidos, la desesperación. Entre el Bowery y Wall Street o el Bowery y Madison Avenue, el viajero avanza entre unas sogas invisibles, tendidas a la altura de la cintura en los espacios abiertos. Estas sogas mantienen separados a los indigentes; están hechas con su propia desesperación. Esta no constituye un secreto; está a la vista, en los ladrillos inyectados y encerados con porquería,los cristales rotos , las tiendas tapiadas con tablas, las esquinas desportilladas en los umbrales, sus propias ropas de vagabundos sin edad, sin sexo.
Hay muchos lugares en el mundo, ciudades y pueblos, en donde los desvalidos son más numerosos que en Manhattan. Pero aquí, los indigentes no tienen siquiera con lo que hacer una súplica muda. No son nada más que lo que parecen. No son nada más que su indigencia.
[…] Sería incorrecto decir que Manhattan es el escenario más puro del capitalismo moderno. Menos de un quinto de la población trabajadora está empleada en la manufactura. Pero sí que es el escenario más puro de los reflejos, modos de pensar, compulsiones e inversiones psicológicas del capitalismo. Se pueden encontrar aquí todos los modos de su incansable energía, crueldad y desesperación.
[…] Manhattan está habitada por unas gentes resignadas a verse diariamente traicionadas por sus propias esperanzas. De aquí procede su incomparable ingenio, su cinismo y lo que se ha dado en tomar como su realismo.
Y, sin embargo, el realismo no resulta confirmado por el lugar en sí mismo. La neutralidad u «objetividad» del entorno físico ha desaparecido. Se ha proyectado en él demasiado. Las esperanzas o la desilusión han creado prejuicios a favor o en contra de todas y cada una de las partes de la isla, por muy geométricas que sean, por muy gastadas que estén. Es como si la isla fuera un sueño o una pesadilla vista simultáneamente por cada uno de sus habitantes.»
El sentido de la vista, John Berger, Alianza Editorial.