No es la primera vez que el periodista, escritor y músico Leandro Uría escribe en Viajes Libres. Hace unos meses participó del Especial Cuba, desde Miami y esta vez cuenta una anécdota que empieza en Alemania, sigue en Polonia y termina en el país de los recuerdos.
Diciembre de 2006. Estaba en Alemania después de muchos años (había ido en el 89), pero en realidad en un lugar especial: Francfort Oder, o sea la frontera germano-polaca, con mi guía, Heiko Fröhlich (el apellido es algo así como Feliz, o sea con Heiko Feliz), un alemán grandote, simpático, especialista en la Unión Europea, que nos había invitado a mí y a otros periodistas argentinos a su graduación, con entrega de diplomas incluida, en esa ciudad alemana. «Traigan pasaportes –nos había dicho- porque cenamos en Polonia». Gran personaje Heiko, un alemán que había aprendido su español en Extremadura, lo que le dio un encantador acento andaluz, que no condice para nada con su aspecto. En Navidad, con un grupo de amigos, Heiko se disfrazaba de Papá Noel y llevaba a la casa de los chicos los regalos, previo acuerdo con los padres. Pero esa es otra historia…
Yo sabía que volvería a Alemania: me había ganado una beca para volver a Berlín para realizar una práctica como redactor invitado en el diario berlinés TAZ, o sea que iba a regresar en febrero de 2007. Como era de esperarse, trataba de mejorar mi alemán todo lo posible. Le pregunté a Heiko, cuando estábamos por cruzar la frontera, cómo se dice Polonia en alemán, porque no lo sabía o no lo recordaba. «Polen», me contestó. «Polen ist nicht verloren (Polonia no está perdida)», agregó, no sé por qué. «¡Eso es Günter Grass, El Tambor de Hojalata!», le contesté, sorprendido de haber entendido la frase, que pertenece a la única parte que me acuerdo (más o menos) de memoria de la novela del gran escritor alemán. Heiko se sorprendió también cuando se lo dije y me preguntó cómo era en castellano esa parte de la novela.
Cité de memoria (cito de memoria, tengo el libro prestado) y le dije algo más o menos así: «Sentado o acostado en la cama del hospital, Oscar evoca la juguetería de Markus, su canto desde las torres de Danzig […], y evoca al mismo tiempo la tierra de Polonia. Polonia siempre perdida, vuelta a perder. Mientras algunos evocan la tierra de Polonia tomándose un avión de Air France hacia Varsovia, discutiendo sus sucesivas particiones, o dejando una corona de flores en el gueto, yo la evoco en mi tambor y toco. Polonia perdida, siempre perdida, vuelta a perder. Polonia no está perdida, todavía». Esos párrafos de Grass… cuando cambia de primera a tercera persona, porque él es y no es Oscar Mazerath, el protagonista, y cuando su escritura adquiere la musicalidad y el ritmo de un tambor tocado. No pude evitar acordarme de mi tío Juan, de ascendencia gallega, como toda la rama de mi familia materna, que me había apodado «polaco» (todavía se le escapa a veces decirme «polaco») porque era rubio de chico, como los polacos de Villa Castellino, el lugar de Avellaneda donde él había nacido.
Vuelta a Alemania. Marzo de 2007. Intento entrevistar a Grass, muy enojado con la prensa en general, que lo había criticado mucho por su confesión de que estuvo enrolado en las SS del nazismo. Luego de sucesivos fracasos (no iba a dar entrevistas en ese momento), no sé por qué, la jefa de prensa de su editorial, Steidl, se conmueve y me dice: «Günter va a reaparecer en público (se había ido a vivir a Dinamarca por el escándalo) en la feria del libro de Leipzig, en unos días. ¿Por qué no viene?».
Viajé a Leipzig la noche indicada, mientras nevaba copiosamente, en la única noche que vi una nevada semejante en Alemania. La cita era la alcaldía de Leipzig, donde críticos británicos, alemanes y… polacos, hicieron una cerrada defensa de Günter Grass ante las acusaciones «sensacionalistas» de la prensa. Nota al pie: Grass, de ascendencia polaca por parte de madre, es el escritor que más hizo por la reconciliación de Polonia y Alemania tras la guerra, y el que, obviamente, más escandalizó a los polacos y alemanes con su confesión. Al final del encuentro, tuve tiempo de presentarme y de estrecharle la mano, aunque, no, no me dio ninguna entrevista, como era de esperar.
Unos días más tarde viajé a Varsovia, donde me gustó que una turista francesa me preguntara por qué las iglesias estaban tan llenas y se hacían procesiones, confundiéndome con un polaco. Le dije que era argentino, lo que le causó mucha gracia, pero igual traté de explicarle lo que sucedía acordándome de las procesiones de Lomas de Zamora, donde nací. Me divertí al darme cuenta de que en Polonia andén se dice Peron: hay muchos carteles en Varsovia con el apellido del «primer trabajador» por la ciudad. Según me dijeron, hasta hay una marca de agua mineral «Ewita». En general, disfruté paseando por la capital polaca, una ciudad desconocida que, sorprendentemente, me remitía a mi niñez.
(Las fotos son del autor)
un buen post que lectura ligera
felicidades
http://nuestrogranmundo.blogspot.com/
Muy bueno Polonia, Günter Grass y “Ewita”! Sobrevive en formol, atemporal, me alegra acabar de descubruir este texto más vale tarde que nunca… ¡Más felicidades! 🙂