En México la muerte se celebra y tiene su día, que es hoy. Sí, una vez más llegó el 1° de noviembre y como dice mi amigo JCM, ¡vivan los muertos!
Me imagino que el DF estará más brillante que nunca, lleno de ofrendas florales, altares, calacas (calaveras) y pan de muerto, con sabor a manteca y anís.
Marcela Silva es argentina y vive hace cinco años en Ciudad de México. Al principio le costó entender esta idea festiva de la muerte, más viniendo de un país donde la muerte es algo triste, como las visitas al cementerio. Poco a poco se acostumbró, y hoy come pan de muerto y participa de los altares que se hacen en la oficina donde trabaja.
Marcela es una muy buena alumna de mi curso de Periodismo Turístico y escribió un texto sobre el Día de Muertos para Viajes Libres. Sus palabras vienen directo desde su barrio -colonia, en mexicano- Merced Gómez, a unas cuadras del metro Barranca del Muerto, una zona pegada a San Ángel. Los nombres que la rodean suenan inspiradores para la tarea.
«Hace unos años, cuando llegué a México, sólo conocía el Día de los Santos Difuntos. Por eso cuando mis vecinos me preguntaron qué iba a hacer para el Día de Muertos me pareció extraño. Como no pensaba hacer nada fuera de lo común, me invitaron a pasar el Día de Muertos con ellos.
Cuando llegué a la casa de mis vecinos, me encontré con un gran altar, muy colorido. Predominaba el el naranja de las flores que adornaban el santuario, decorado además con guirnaldas. En el centro tenía platos con comida, pan, granos y vasos con tequila. En ese momento mis vecinos notaron mi asombro. Entonces me contaron en qué consiste el Día de Muertos.
Me dijeron que es un día especial en el que uno les ofrece a los seres queridos que ya no están, todo tipo de cosas para comer y beber. Es un día para compartir con ellos. También me contaron que se hace esta ceremonia en los cementerios. La gente lleva alimentos y alcohol para pasar con ellos la noche del primero de noviembre.
La tradición me gustó. Cuanto más investigaba, más me sorprendía. El día de Muertos es una celebración que hacían los pueblos aborígenes de Centro América mucho antes de que llegaran los españoles, estaba tan arraigada en la cultura que los conquistadores no pudieron eliminar este ritual. Hay un dicho que dice “Si no puedes contra ellos, únete”, como los evangelizadores de esa época no pudieron quitar esta fiesta tan importante para los pueblos colonizados, la convirtieron en una celebración católica llamándola “Día de los Santos Difuntos o Día de todos los Muertos”.
Después de unos años que vivo esta tradición, no dejo de asombrarme con los altares que arman en las plazas, llenos de pétalos de flores, calaveras hechas de papel maché, guirnaldas que adornan los locales de las calles y vendedores ambulantes vendiendo la calacas en todos los tamaños. Por supuesto que no pueden faltar las pilas de panes de muerto que se venden en todas las panaderías y supermercados del país. Igual que las calaveritas de chocolate con ojos de confites de colores.
Cada Día de Muertos descubro nuevos detalles y lugares. Por eso, hace unos días cuando me encontré con mi vecina, le pregunté: ¿Qué vas a hacer para Día de Muertos?
deberían estar aquí para celebrar a los muertos. Vivan los muertos.
Caro, qué onda? Te olvidaste de tu amigo.
Suerte,
JCM
wow ke kurada