Cada vez parece más fácil encontrar a alguien que hable español, después del chino mandarín, el segundo idioma más hablado del mundo. Eso prueba esta anécdota de Julio Antonio Mancinelli, un alumno de mi curso de Periodismo Turístico que desde hace un tiempo se dedica a vender publicidad para un programa de turismo en la televisión de Río Cuarto, Córdoba, donde vive. Julio también viaja y disfruta de contar anécdotas. Esta es su historia.
El motivo de mi viaje era encontrarme con mi prima Mary, que vive en Frankfurt am Main. Antes de mi partida me avisó que no podría ir a buscarme al aeropuerto. Por eso, esta tarde estoy solo en este enorme aeropuerto alemán. Según me dijo, me esperaría en la estación de metro de su barrio.
Llegue vía Lufthansa a Frankfurt, donde estoy ahora. Tengo mi pasaporte en la mano y un bolso en la otra. Así me presento a la sonriente funcionaria, saludando en español. Ella me responde que no habla spanish y me pregunta si yo hablo inglés. Más o menos, le hago señas con la mano. Y le pregunto en un correcto italiano si podemos comunicarnos en esa lengua. Me hace señas con la cabeza: no habla italiano. ¿Ingles, francés o alemán? Me dice con una sonrisa bellísima y grandes ojos azules. Me animo al ingles y la verdad es que me sale pésimo. Pero la amabilidad de la funcionaria me tranquiliza y nos entendemos. Me habla pronunciando lentamente las palabras y hasta me cuenta que se llama Alina. Recuerdo ese nombre por dos motivos: porque ella fue mi primer contacto con una alemana y también porque asocié su nombre al ala de un avión.
El aeropuerto es enorme. Está muy bien señalizado, muy bien iluminado y es muy limpio. Ese aeropuerto es una de las mas importantes plataformas de las comunicaciones aéreas internacionales en Europa. Uno se podría pasar un día mirando sus instalaciones. Una vez que tengo mi equipaje, cambio dinero en una casa de cambio. Veo tiendas de ropa, souvenirs, kioscos de libros y diarios, golosinas, y unos barcitos para tomar un café. Ahí me siento y pido un café mientras miro el mapa del aeropuerto, me ubico y me siento en condiciones de lanzarme a la aventura de llegar a la ciudad.
Cuando termino, viajo en un trencito robot que anda solo entre las terminales hasta llegar a la puerta de salida. Ahora tengo tres opciones: taxi (muy caro), bus o tren. Como mi prima me espera en la estación de metro, decido tomarme el tren. Pero no es un tren, sino dos. El primero desde el aeropuerto hasta la estación central en Frankfurt. Desde allí otro que me llevaría a la estación Hauptwache.
Mi prima Mary me había dicho que tuviera en cuenta el horario de los trenes porque son muy puntuales. Entonces me apuro. Bajo por la escalera mecánica y espero el tren. Cuando me subo no lo puedo creer, posiblemente porque vengo de Argentina. Aquí los trenes tienen calefacción y los asientos limpios y sin roturas.
Llego a la estación central, la Bahnhof, y allí a paso rápido porque se me hizo muy tarde. Veo varios andenes, muchos andenes. Por lo que me describió Mary, debía estar cerca del que yo tenía que hacer la combinación con el otro tren. Miro la hora en el reloj enorme que está en columna. Y de repente, me pongo nervioso. No me puse nervioso con las turbulencias del viaje, pero ahora me siento muy nervioso. No me da tiempo para la próxima salida, no sé qué tren debo tomar. Trato de preguntar a otros pasajeros pero mi inglés tartamudea y nadie me entiende. Mi maldito equipaje pesa y no puedo dejarlo solo para ir a la oficina de informes que no sé dónde queda. Y todo el tiempo la frase de Mary retumba en mi cabeza: «Mirá que los trenes son muy puntuales».
Miro nuevamente la hora y veo la realidad: estoy perdido. Perdido entre gente que no me entiende ni yo la entiendo. Hablo con uno, con otro y nada. Maldito sea, nada. El taxi me costará un montón de euros, pienso. Yo traigo suficientes euros para estar aquí unas semanas hasta que encuentre trabajo, porque a eso voy a Frankfurt am Main. Por eso no me los puedo gastar en un taxi. Entonces, en medio de la desesperación se me ocurre una idea. Y sin meditarlo, comienzo a caminar y mientras camino digo en voz alta, casi gritando: ¿Alguien habla español? Y lo repito: ¿Alguien habla español?
Enseguida se levanta un muchacho. ¡Yo hablo español!, me dice. Era un alemán hijo de inmigrantes españoles. Me acompaña al anden justo a tiempo para tomar el tren hacia la estación donde me esperaba Mary. El alemán de corazón español se llama Hans. Con el tiempo lo volví a encontrar porque volví muchas veces al aeropuerto, ya no para viajar sino para trabajar ahí.
Si te interesa podemos intercambiar link.
Ya me dejas en mi blog de viajes.
Salud.
Muy bueno el blog, y la historia!.
El unico detalle es que ese
«Frankfurt am Main» es presisamente el Frankfurt que nosotros conocemos, el centro financiero de Alemania y de la Eurozona, atravezada por el rio Main (Meno).
Con enormes rascacielos y construcciones modernas, muy poco tiene que ver con el resto de las ciudades alemanas… salvo la puntualidad de sus trenes, eso si.
Buenas tardes, He leido con Mucho asonbro el relato ya que en Febrero Viajo a Alemania por Quince Dias y me encuentro en la Misma Posicion que la Relatora. Solo Hablo Español y Mal Ingles (he pensado en ese Aeropuerto Inmenso). Por Favor Alguna Recomendacion ademas de la Leida que me Parecio muy Utilizable. Mi Correo es luisbermudez2@hotmail.com
Hola,yo estaré igual en poco tiempo,sou de Brasil pero vivo hace tiempo en Barcelona España.. me mudo a Frankfurt para trabajar alli y tampoco sé hablar Aleman,solo el suficiente para preguntar algo y ya esta,,queria saber como has hecho para buscar trabajo alli,tengo papeles pero sin aleman no sé como empezar,,gracias.. corazonbrasopa@yahoo.com.br
tan bacano el aeropuerto.
es muy enorme de verdad o es un montaje
Muy buen blog! Aunk ya paso mucho tiempo la verdad estoy aterrada voy a viajar de mexico a india haciendo escala en este aeropuerto y mi ingles es bastante deficiente . Alguien k m de tips para no perderme ahi y quisiera saber si alguien habla español actualment en este aeropuerto