Los de arriba son los brazos de Felipe P, un ingeniero acuicultor de Ganchos, como se llama la zona cercana al exclusivo hotel Ponta dos Ganchos, en el Estado de Santa Catarina.
El nombre viene del gancho que forman las penínsulas de por aquí, un gancho como el de los piratas. O como el que usaban los antiguos cazadores de ballenas. Los brazos enormes de Felipe P. sacan una red con varios pisos -más o menos un metro de largo- donde se cultivan las ostras, bajo el mar.
En los pueblos de pescadores de Ganchos, los hombres viven del cultivo de ostras y de mariscos (mejillones). Si uno mira al horizonte ve el paisaje de la foto de arriba. Cuando llueve, se lo ve gris y los surcos se ocultan por la bruma baja. Llueve mucho en esta zona de Brasil, por eso es tan tropical y las bromelias son grandes y los hibiscus parecen más rojos.
Felipe P. ya me llevó de paseo por este mar cultivado y marcado con boyas de distintos colores, que designan al pescador dueño de cada cultivo. En el recorrido vimos cómo las gaviotas se posaban en las boyas, a la pesca.
Me mostró los ranchos de los pescadores, los barcos camaroneros, los morros que nos rodean. Estoy segura del próximo paso: no me preguntará si quiero darle un beso, me preguntará si quiero probar una ostra. Lo intuyo. Me gustan las ostras, pero son cerca de las diez de la mañana y no hace demasiado que tomé el café. Quisiera comer una, pero no sé si podré.
Felipe P. está entusiasmado y ha decidido abrir una para mostrármela. Él seguramente no sabe nada del campeonato de abridores de ostras de Galway, en Irlanda. Él no tiene prisa. Se toma su tiempo para abrirla.
Cuando el interior de la ostra se ilumina y puedo ver el blanco nacarado de las paredes, Felipe P. me mira. Sé que me lo preguntará ahora. Pero me dice otra cosa: «Como salimos rápido, hoy me olvidé el limón». Trago saliva y me quedo mirando el tamaño de esa ostra. Por aquí no hacen campeonatos de abridores, pero esta ostra parece de campeonato.
Luce grande, brillante, perfecta. Después de decir lo del limón, Felipe P. extiende su mano y me la pasa como si me estuviera pasando una perla única. Y lo dice de una vez: «¿Querés probarla?»
Asiento con la cabeza y la tomo. Dudosobre si tengo que tragármela entera o comerla en dos bocados. El niguiri me gusta de un solo bocado aunque sea grande. Mientras mis pensamientos se refugian en el salmón fresco, la ostra sigue en mi mano y Felipe P. no deja de mirarme.
Entonces, le doy un mordisco. Siento que me estoy tomando un vaso de mar gelatinoso y muy salado. No es la ostra más rica de mi vida. Decido no comer la otra mitad. Igual le digo gracias, de alguna manera disfruté el momento. Aunque no volví a comer hasta la tarde.
En el viaje de vuelta al pueblo, le pregunto a Felipe P. si suele comer ostras así. Me dice que no, que hace tiempo que ya no las prueba, que desde que trabaja en el cultivo le dan un poco de asco. Que sí le gusta el pescado con una buena salsa. Después arranca el motor, pero antes me lanza una mueca burlona. Cuando lo miro, entiendo que Felipe P. sabe, con el saber intuitivo de un pescador, que no me resultará fácil borrar el recuerdo de esa mitad de ostra, en Ganchos.
A las ostras les faltaba limon pero a esta historia NO!!! Las fotos a l u s c i n a n t e s !!
los habitantes de punta arena en la bahia de cartagena colombia queremos aprender el cultivo de las ostras….agradecemos nos ayuden